LA VOZ DE LOS VENCIDOS
El reverendo Thomas Dixon Jr nació en 1864 en Carolina del Norte, en los Estados Confederados de América. Su padre,
predicador protestante, había recibido en 1862, una plantación y esclavos por
un valor de $100.000 dolares de la época, en el condado de York, Carolina del
sur. Al padre no le gustaba la idea de tener esclavos y en principio se oponía,
pero aceptó la herencia por temor a que los esclavos fueran maltratados. Esa herencia se perdió al final de la Guerra
civil, con la derrota de la confederación, en un período (1865-1877) que se conoce como la reconstrucción,
pero que implico una serie de abusos a los vencidos, y unos vencedores
sedientos de sangre.
Fue una época turbulenta, sin ley, donde había quienes
buscaban venganza, otros aprovechar, y otros tener lo suyo. Esas venganzas,
esos rencores viejos, cayeron sobre la familia de Dixon, quienes devolvieron el
golpe, y al final, de vencidos pasaron a triunfadores.
El joven Dixon vivió o escucho las historias. Los
vencedores, impusieron su ley, en un condado donde antes de la guerra civil
cerca del 45 % eran esclavos negros. La guerra alteró esa composición racial, y
convirtió a los negros en mayoría, lo que, junto con la pérdida de derechos de
los vencidos, los volvieron el poder político dominante. Esa población era
analfabeta, sin mayor educación, los cuales fueron utilizados por políticos y demagogos provenientes
del norte, parte de ellos negros y mulatos que seguían las ideas del
representante Thaddeus Stevens, un republicano radical partidario de la igualdad
racial inmediata, y que para lograrla abogaba por la expropiación de las
plantaciones para entregarle a cada negro “Cuarenta acres y una mula” según la
frase del Gral. William Tecumseh Sherman.
Al ser un York condado de mayoría negra, se
aprobaron leyes que favorecían a la mayoría, se cometieron abusos contra los
blancos, que no eran solo expropiaciones: Existieron violaciones, asesinatos,
viejas cuentas fueron cobradas con sangre, con la anuencia e incluso complicidad
de las tropas federales.
Pero los vencidos tenían dos ventajas: Educación,
y pese a todo, eran mayoría en el sur. Pronto se organizaron en milicias para “imponer
el orden” un eufemismo que ocultaba la intención de volver a tiempos pasados.
Una de esas milicias fue el Ku Klux Klan, que ejerció su autoridad en el
condado de York y al final impuso su ley.
Esas experiencias marcaron al joven Dixon. En
su mente el Norte no entendía al Sur. Era contrario a la esclavitud, pero los
negros con poder eran peligrosos: Los iletrados era asesinos, violadores de
mujeres blancas, ladrones al servicio de causas non sanctas. Los educados eran
peores a sus ojos: Ambiciosos, corruptos, y manipuladores. Los mulatos eran el
peor engendro de todos: A la educación blanca recibida, unía la maldad del negro.
En su camino, concluyó que la segregación de ambas razas era algo bueno.
Se graduó en derecho, pero se hizo predicador
como su padre y su hermano. Comenzó a escribir, no solo sermones. Se dice que,
disgustado por la representación de los sureños en la versión teatral de la
Cabaña del Tío Tom, inicio la escritura de la llamada Trilogía de la reconstrucción.
Tres novelas, de la que la segunda, The Klansman, de 1905 fue un gran éxito de ventas.
Se hizo una adaptación teatral de mucho éxito,
que vio el hijo de un antiguo soldado confederado que había escuchado historias
parecidas. Trabajaba en un naciente arte que llamaban cine. Su nombre era D.W.
Griffith, quien en 1916 llevaría al cine su versión de la reconstrucción bajo
el título de El Nacimiento de una nación, posiblemente la película que inventó el cine americano. Una obra maestra, y también una obra racista, a nuestros
ojos y a los de sus contemporáneos. Uno de los que desaprobó la cinta fue un
antiguo compañero de Dixon llamado Woodrow Wilson. Esa discusión sobre arte y
racismo pervive hasta hoy.
Hoy es imposible creer, con el largo historial
de crímenes del KKK aceptar que eran buenas gentes honradas con el deseo de
establecer orden y armonía, salvadores de doncellas en peligro de ser violadas
por negros recién liberados. Para Dixon había un fondo de verdad: Los
historiadores locales de las Carolinas han señalado que muchos de los episodios
narrados por Dixon tienen un fondo de verdad: los abusos existieron; la incendiaria
oratoria de Thaddeus Stevens esta probada. Los crímenes del KKK también. Dixon escribió
un libro, que ironía, daba voz a los vencidos. Una versión tal vez edulcorada,
manipuladora, que ignoraba lo que no le convenía, e intrínsecamente injusta, pero
para Dixon hasta su muerte, en 1946, su verdad.
La historia es mucho mas compleja que una lectura superficial a
nuestros ojos. Los rencores sobreviven por generaciones.
Imagen tomada de Google books.
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