EL EQUIVOCADO ARTE DE DESPRECIAR A LOS POLÍTICOS.

El desprecio y el resentimiento (este último disfrazado de desprecio) por nuestros políticos, aunque en gran medida justificado, es peligroso. Es habitual leer en las redes mensajes del tipo “Todos los políticos son iguales”, “La política es asunto de gente corrupta”, y mi favorita: “No voto, porque todos los candidatos son los mismo, solo cambiamos el que va a robar”. Dejando de lado estas efusiones extremas, la política por momentos parece una profesión donde un grupo de personas con iniciativa, pero sin talento para los negocios, pueden hacer fortuna y ser importantes para el resto de sus vidas. Una misteriosa mezcla no del todo afortunada de talento, servicio público y ambición. En eso se parecen todos los políticos.

Solo que hay un inconveniente con la idea anterior (o más bien dos) sobre la igualdad de los políticos: El primero es que, si pensamos así, nos desentendemos de la política, que en manos de unos pocos, adquieren un sentido mayor de poder y valor de sí mismos; lo segundo es que si se demuestran incapaces, nos hacen añorar a un hombre providencial que encauzara el país en la eficiencia y el bien general. Lo vemos aquí en Colombia: nos hemos desentendido de temas como la paz, o la corrupción, con la excusa que “todos los políticos son iguales” que cada tanto añoramos un salvador que encauce las cosas. 

La realidad es que alguien tiene que hacer política, como alguien debe limpiar los baños. La pregunta es si se cambian los políticos (digamos que los importamos, de por ejemplo, Finlandia) la cosa mejoraría. No creo. Así como siempre hay pobres, siempre habrá políticos: buenos o malos. La cuestión aquí es que quienes los eligen, salgan de sus cuarteles de invierno, y al menos sean conscientes de quienes eligen y porque. Que hace un político eficaz, es un misterio del cual no tengo respuesta; creo que es una cualidad muy escasa, que llamaría “comprensión de lo posible”

Políticos eficaces pocos, políticos muchos. Al final, quien se mete a político, es como el que se mete a redentor: en mucho termina crucificado. Si me van a crucificar, entonces que al menos que sea con dinero, parecen pensar.



Para ser franco, me parecería terrible dedicarme a la política. No lo digo tanto por la forma de hacer política en nuestro país, en multitud de ocasiones retorciendo nuestros valores para justificar nuestros actos, sino por el hecho que aun en el caso de ser honesto en mi conducta, creo que no soportaría estar sometido al escrutinio público de forma constante. Me imagino el escándalo por decir frases similares como “Le parto la cara, marica”, “No subiré los impuestos”, o “la vacuna contra el tuétano”, o por salir en tv en con unos tragos de más en una fiesta privada. En estos tiempos de redes estamos listos a juzgar por la foto que nos llega, el titular efectista, o sacar a relucir el pasado, planteando cosas fuera de contexto. Más que juzgar, estamos prestos a condenar, como le sucedió a un amigo que puso una foto cargando una niña en su facebook y terminaron acusándolo de pedófilo, porque según algunos, tenía cara de pervertido. No importo que la mayoría lo apoyáramos: la minoría respondió que la “posición de sus manos era impropia” y querían evitar casos como el de Rafael Uribe Noguera. Siempre habrá alguien dispuesto a hacer acusaciones temerarias, y gente dispuesta a creerlas; estar ofendido es el nuevo cogito que garantiza el sum. Estoy ofendido, por lo tanto, soy.

Otra razón, es por la tendencia de los políticos de hoy a disfrazar las cosas y no llamarlas por su nombre. No decir desempleados, o contratistas, sino “trabajadores por cuenta propia”; salir con disparates como “valorar las manifestaciones en su contra por el silencio de la buena gente que no fue y me apoya” (Como hizo en una ocasión Mariano Rajoy), o mezclar una cosa con la otra sin relación aparente: “Es necesario aumentar el valor de la gasolina, para alimentar a los viejitos” cuando lo que sucede es que ese dinero va para el fondo de estabilización de los combustibles, y si no llega, será necesario hacer recortes sociales. Dorar la píldora, lo llaman.

Al final, todas las personas en algún momento dirán algo estúpido, políticamente incorrecto u ofensivo; para desgracia de los políticos, todo lo que dicen pueden ser grabados: deben ser cuidadosos con sus palabras: Son verdaderas víctimas de un régimen totalitario.

Esto significa que, con pocas excepciones, sólo una cierta clase de persona, con muy poco apego a su propia libertad personal, participará en una carrera política. Esto podría ser indicativo de auto-sacrificio, pero lo más probable es que sea un caso de ambición personal. Pienso que una persona que atribuye poco valor a su propia libertad es probable que no atribuya mucho valor a la libertad de los demás. Después de todo, si podemos prescindir de algo, asumimos que otros pueden hacer lo mismo. Como el político prefiere el poder a la libertad, asumirá que su electorado preferirá la seguridad o alguna otra ventaja a la libertad. Un dictador en potencia. De allí la importancia de elegir con cuidado, por encima de los lugares comunes. Al final, también hay gente decente entre los políticos, y con intenciones honorables.

Pero por muy cuidadoso que sea un político, es improbable que él escape por completo al comentario insultante y degradante, tanto más en esta época de fácil comunicación, que en gran parte consiste en insulto y no mucho más. Por lo tanto, debe ser una persona con una piel de rinoceronte. Enrique Peñalosa es un ejemplo de ello: a los dos meses de posesionado lo querían revocar, sin apenas sentarse en el cargo. Tiene gruesa piel de rinoceronte, que lo hace inmune a las críticas, y a la vez lo protege para hacer cumplir su plan de gobierno. Pero es sordo a las opiniones opuestas. Hay gente con deseos de sangre, y los políticos son los nuevos toros de las corridas que quieren prohibir.

Al margen de lo que digan, considero que una de las profesiones más ingratas es ser policía. Es difícil imaginar un trabajo tan necesario, y a la vez tan despreciado. Pasa un poco con los políticos; pero mientras los policías arriesgan hasta su vida, el político honesto no está dispuesto a entregar su honra a los perros: renuncia por principio, dejando el campo libre a los rinocerontes, y el mesías de turno, ante los aplausos de la multitud que quiere sangre.

Imagen tomada de internet.

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