ENTRE LA COMPLACENCIA Y EL PÁNICO


La primera víctima de la guerra es la verdad. Parece que también es la primera víctima de epidemias. De epidemiología sé muy poco; imagino que igual el público y los políticos. En la categoría políticos incluyo también a los burócratas, lo que en inglés llaman “civil servant”: funcionarios de carrera que pasan de puesto en puesto, hasta volverse imprescindibles.  Estos últimos que son los encargados de los asuntos diarios, los que deben encontrar respuestas y soluciones a situaciones. Las epidemias no son tema de todos los días, y muchas de las decisiones, por mucho estudio técnico y expertos opinando, tienen algo de adivinanza: No sabemos si funcionara. Al final los políticos se ven repentinamente en los roles de experto y profeta, y a la vez deben cuidar las encuestas de opinión. Si admiten su ignorancia (que no lo harán) serán acusados de falta de previsión y liderazgo. Con el coronavirus asistimos a un mar de noticias algunas contradictorias. Los mismos epidemiólogos cuya labor es evitar las pandemias, se ven de pronto superados por hechos inesperados.

¿Qué posibilidades tienen los políticos si virólogos y epidemiólogos son tan poco clarividentes?

Por supuesto, este es el tiempo de los rumores, de la necedad, e incluso de la maldad. Sabemos el origen del coronavirus, pero no su causa. Las teorías conspirativas abundan: Fue creado en un laboratorio ruso, americano o chino, para hundir la economía global, el miedo ha sido aumentado exagerando las noticias, y no faltara el que lo atribuya a un castigo divino o a los extraterrestres, al peligro amarillo, o incluso el cambio climático. Abundan las teorías delirantes, y la gente, como en el pasado, hace eco de ello. ¿Se acuerdan por ejemplo de las cadenas de correo donde mostraban que la carne usada en McDonald’s era resultado de una serie de engendros horripilantes sin cabeza, alimentados hasta el exceso con hormonas de crecimiento o femeninas? Bueno, algo hay de eso. El miedo a lo desconocido amplifica lo delirante.

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Pero los políticos, ante lo desconocido, hablan de contener en vez de erradicar. De prohibir, en vez de legislar. La contención se basa en el seguimiento de los casos, la cuarentena y el aislamiento. Los mismos usados desde el siglo XIV. Hemos sido inundados de recomendaciones, advertencias y consejos: Lávese las manos, use mascarilla si tiene tos, vaya al médico si cree estar enfermo, evite las grandes reuniones, no salga de casa a menos que sea necesario. El gobierno, incluso, restringe y cancela eventos, para reducir la exposición. Se nos advierte que el sistema de salud es frágil y puede ser desbordado. Normas, sugerencias y consejos, sin duda buenos, pero que a la vez traen un amigo indeseable: La llegada del pánico. Y del pánico, pasamos al acaparamiento.

En el año 2008 cayeron al río Magdalena una gran cantidad de canecas con cianuro. Las noticias y el despliegue fue tal que en la ciudad se agotaron las existencias de agua embotellada en dos horas. Yo no le preste atención, y mi novia de ese entonces me reclamó por mi desinterés en el tema. Yo le respondí como ingeniero: las canecas se cayeron en el sur de Bolívar,  y para que llegaran a Barranquilla se tomaba entre dos y tres días. Lo otro es que si se rompía una caneca se disolvía en un volumen de agua tal que resultaba inofensivo. Si se rompían varias, era claro que existe un riesgo alrededor, pero no a tantos kilómetros. Mis explicaciones, más o menos técnicas, no sirvieron de nada. Ella fue a buscar agua como si se viniera una sequía de meses. Al final, hoy igual que ayer poco se puede hacer frente al pánico.  La prudencia o la estupidez se imponen, por encima de los hechos.

¿Ahora, es prudencia o estupidez? Aunque diferentes, el resultado es el mismo. Si bien contraer coronavirus parece tan difícil como ganarse la lotería, la realidad es que, en estos casos, los hechos poco importan. Las epidemias no continúan para siempre, y es muy probable que la tasa de mortalidad sea muy baja, comparada con la gripe española. Sin embargo, la gente no quiere morir, y siempre es posible que la próxima epidemia sea peor. Vuelven pues, la complacencia, y el pánico, junto con la muerte de la verdad.

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