ANTECÁMARAS DEL INFIERNO


Recientemente en Barranquilla, se inauguro un nuevo Centro Comercial. En una ciudad donde el sentir de muchos es que lo mejor de ella es la gente, y que, salvo la playa, no hay lugares para la diversión, un lugar para pasar un buen rato puede ser un centro comercial.

Este centro comercial se anuncia como eco amigable (No sé cómo esperan que la gente crea que una mole de arquitectura brutalista puede ser amable con el entorno, pero eso es lo que dicen), pet-friendly, tecnología y certificaciones LEED, y con un novedoso esquema de servicio único en la ciudad.

Al fin y al cabo, barranquillero, un día fui conocerlo. Fue una de las experiencias mas aterradoras de mi vida. Hay pocos sonidos mas desagradables que los de un grupo de personas conociendo un centro comercial. Los hombres parecían conversar como si fueran un grupo de mafiosos que golpean a alguien hasta matarlo. Las mujeres no hablaban, gritaban como si fueran violadas crónicamente.  Claro que había una razón para ello: Una música de fondo, o una serie de sonidos que decían ser “música” a alto volumen, flotaba en el ambiente como un rocío que alteraba el comportamiento de las personas. A ello se sumaba que había lugares de juego para niños donde la diversión era con instrumentos de percusión que cada tanto te recordaban las ceremonias rituales de los indígenas listos para sacrificar prisioneros a sus dioses.

Aunque jure que no volvería a ese Centro comercial, al final tuve que volver para pagar unas cuentas: Lo hice un mediodía, y aunque tenían una horrorosa música de fondo, el ambiente en general era soportable. Ni sacrificios humanos, ni mafiosos, ni mujeres violadas. Al final, mi jura aparte de ser en vano no era nada firme.
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Ayer, volví nuevamente al centro comercial. Esta vez el sitio se parecía como la primera vez. Un grupo de niñas con mucha voluntad y voces chillonas, asesinaban un popular villancico navideño, mientras un hombre disfrazado de mascota de una conocida cadena de restaurantes hacia muecas y se tomaba selfis mientras el coro infantil perpetraba otras canciones infantiles.  El desagradable sonido de fondo había vuelto, los hombres hablaban como si se prepararan para la golpiza del día, y las mujeres, en grupos pequeños gritaban como si la violación hubiera comenzado. Para ser justos, no recuerdo si se estaban haciendo sacrificios humanos. Al menos en mi memoria no quedo recuerdo de los sonidos rituales.

Una de las cosas que me llamo la atención, fue que, al entrar a 3 almacenes, y todos tenían de fondo, a un alto volumen algún tema popular de hoy: una permanente percusión, un sonido asfixiante de tambores de guerra; las muchachas, aunque amables, usaban un tono de voz elevado para hablar, y los pocos hombres presentes, parecían gorilas de seguridad desesperados por salir del sitio.  Pagué las cuentas que debía pagar, y huí espantado del sitio, jurando no volver jamás.

Este episodio, me recordó el fascinante relato de HG Wells, La máquina del tiempo. En él, el protagonista viaja 3000 años en el futuro, y descubre que la humanidad se ha dividido en dos razas: Los Eloi, diurnos, amables, vegetarianos y bellos, y los Morlocks, nocturnos, viciosos, carnívoros y feos, que emergen del subsuelo una vez que el Sol se pone y se aprovechan de los Eloi.

Me acosté pensando en esa frase que repetimos siempre que el camino al infierno este empedrado de buenas intenciones.  Al final, los centros comerciales son verdaderas antecámaras del infierno;  de día, un lugar tranquilo; a partir de cierta hora, como el Erebo griego,  son esa oscuridad y sombras que va envolviendo todos los rincones y lugares de la tierra, y al final, nos ocultaba el inframundo.

Imagen tomada de www.soygrecia.com 

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