DE ETIQUETAS


Un amigo dijo de Carlos Holmes Trujillo, el nuevo ministro de defensa, que era mas preparado que un Yogurt uribista. Cuando le pregunte que quería decir, me dijo, “le sobra uribismo”. No supe que decirle. Carlos Holmes ha sido tantas cosas, que ponerle una etiqueta, es arriesgarse a cometer una equivocación. Hijo del caudillo liberal valluno del mismo nombre, fue Alcalde de Cali, miembro de la asamblea constituyente, ministro con Gaviria, consejero de paz con Samper,  de nuevo ministro con Pastrana, sonó para jefe de debate de Horacio Serpa en una campaña presidencial,  para ser luego embajador con Santos y Uribe. Dudo mucho que Serpa y Uribe sean cercanos ideológicamente; sin embargo, los une Carlos Holmes. En conclusión, Carlos Holmes tiene muchas etiquetas a colocar: Gavirista, samperista, serpista, pastranista, uribista o duquista; mas bien se la ha puesto según la ocasión.

Hablando de etiquetas, mi recordado profesor Assa, repetía hasta la saciedad que Colombia era una farmacia con los frascos mal etiquetados. En un inolvidable Rincón de Casandra recordaba como al llegar al país, los conservadores en multitud de ocasiones defendían posturas que el entendía como liberales, y los liberales posturas conservadoras, cosa que le producían asombro y perplejidad. Pronto, la realidad se encargo de recordarle su hipótesis de forma cruel:  A él, que le disgustaban los militares, vio como un militar le dio el impulso definitivo para la creación del Instituto de Lenguas Modernas; a él, que era en esencia un izquierdista, vio como un conservador de nombre, le abrió las puertas de la Universidad del Atlántico; a él, un hombre de avanzada vio como un liberal de nombre, quiso expulsarlo del país; lo impidió un conservador de nombre, al hacerlo ciudadano colombiano de manera expedita. A él, que si no era un comunista de Weimar, según una definición de un amigo, se acercaba mucho, vio como su proyecto amado de la Universidad Pedagógica del Caribe fue destruido, (“Y su cadáver insepulto clama al cielo”, escribió) por aquellos que decían ser de esa misma izquierda cuyas ideas decían compartir.  Esos mismos izquierdistas sabotearon muchos de sus proyectos y su deseo de viajar a Cuba, a servir a la revolución cubana.

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Carlos Holmes Trujillo

Cuando lo conocí, ya era un hombre mayor (pasaba de los 70) y algo desencantado con su vida; siempre nos decía: Mas que creer en la ideología, vean si el candidato es un hombre de verdad, auténtico, verdaderamente humano, y en suma, decente. Decente y humano.

Por desgracia, este es el tiempo de las etiquetas. Poner una etiqueta vende. Las redes abusan de las etiquetas. Se cuelgan adjetivos, y se distorsionan definiciones: Izquierda mamerta, derecha fascista, centro tibio, como si seguir una ideología implicara una forma de actuar, y a la vez una forma de pensar. Se puede ser feminista, y ser de derecha; se puede invocar el orden, y ser de izquierda; se puede conservador y progresista: el verdadero conservador sabe que el mundo cambia, y se limita a cuidar lo que el considera valioso. Se puede ser liberal y retrógrado (entendido como defensor de ideas de tiempos pasados). Un liberal sabe perfectamente que la libertad absoluta no existe, y es necesario el orden y la autoridad para vivir en sociedad.  Use la definición que quiera. Socialista, radical, fascista, extremista, o de centro: En el fondo, somos un mar de contradicciones. Algunos, a la manera Giovanni Papini, quien “a lo largo de su larga vida, pudo haber sostenido sinceramente posturas antagónicas”, como nos lo recordó Borges. Otros, por interés, sentido o no. Pero igual, como nos lo recordó Assa, en la mayoría de las ocasiones, etiquetamos y mal.  Cada tanto cambiamos, y lo único que producimos es basura.

La ideología no puede ser excusa para perder nuestra humanidad. Así nacen los totalitarismos. Las etiquetas, más si son absolutas según la ocasión, son un primer paso a ello.



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