AÑADIENDO INJURIA AL INSULTO

Hay una diferencia no siempre fácil de detectar entre la injuria y el insulto. Mientras esta última busca ofender a alguien, la injuria busca menoscabar la dignidad afirmando cosas que no son ciertas o no están probadas. Al final, toda injuria es un insulto, pero no todo insulto es una injuria.
La nuestra no es una época de sutileza, por sofisticada que esta pueda ser técnicamente. Los insultos e incluso las críticas ordinarias parecen toscas en comparación con las del pasado. Parece que preferimos la inmediatez y el chiste fácil a la sutileza y la carga de profundidad que la injuria elaborada trae. Algo va de la injuria de Vargas Vila a Santos Chocano   y que por contera incluye a Borges, al Twitter de nuestros días cuyo mayor mérito es ofender, calumniar y mentir sin reato de hoy.
En estos días, para llamar la atención, hasta las injurias suelen ser toscas y vulgares.  Cuando Donald Trump se refirió- supuestamente- a ciertos países con unas palabras que no voy a repetir, estaba empleando un lenguaje de uso común en las redes y por desgracia, aun mas entre quienes se llaman intelectuales. Que un presidente de una nación se exprese así de un país, con un lenguaje digno de un trabajador de la construcción sin educación, es una desgracia, una degradación del discurso político, y la perdida del hecho de decir las cosas con franqueza, pero sin crudeza. Parece un rechazo a la delicadeza de lo políticamente correcto, pero no lo es. En algunas cosas Mr. Trump se parece demasiado al fantoche de Nicolás Maduro, un campeón en estos temas.

Obviamente el comentario de Donald Trump fue bien aprovechado por sus oponentes, porque mostró una contradicción en su pensamiento: Si se refirió al lugar de donde venían los migrantes como un lugar horrible, deportarlos era cruel e inhumano, por lo que había que oponerse a su deportación.
Esto no es el final del asunto. Uno de los países a los que Trump se refirió tan despectivamente fue Haití. Es obvio que Haití es un lugar terrible en muchos aspectos, y la gente tiene muchas razones para abandonarlo. Pero al mismo tiempo, la historia de Haití es conmovedora, llena de gente valiente y su cultura es de enorme interés. Pensaba en esto ultimo viendo a Wilfrido Vargas siendo homenajeado el XII Carnaval de las Artes; Wilfrido tomo la música haitiana y la adapto al merengue sin que eso se sepa mucho: La música de la canción  El Jardinero está tomada de dos canciones del folclor haitiano famosas en los años 70 del siglo pasado. Pero de eso poco se sabe. La tragedia y la gloria de un país están inextricablemente mezcladas, y de alguna manera simbolizan (Al menos para mí) la tragedia y la gloria de la vida humana.
Si yo fuera un haitiano que salió de su país en busca de una vida mejor, no me complacería mucho oír hablar así de mi país de origen; creo que de hecho me hubiera sentido injuriado. Por eso quizá me molesta tanto que algunos amigos residentes en el exterior se refieran a Colombia de manera a veces, tan despectiva como Trump con Haití, y si se quiere, con un condescendiente aire de superioridad. Es inevitable, supongo: Con los años nos apropiamos de los valores del lugar donde vivimos, y nuestra percepción cambia, pero creo que la mayoría de mis amigos simplemente son despectivos, porque juegan a ser frívolos, y pretenden ser ingeniosos. Se diferencian del presidente Trump, en que este debe considerar los intereses de EE. UU., y no los de Haití o los haitianos. Pero al final, Trump, como mis amigos, no fueron ingeniosos ni sabios, solo agregaron injuria al insulto.
Es perfectamente cierto que al hablar o escribir sobre política, debe quedar muy poco que no sea ofensivo para alguien; de hecho, me pregunto si es posible hablar de política sin ofender a nadie. Lee Kuan Yew, el padre del Singapur moderno decía que “No se puede hacer una omelette sin romper algunos huevos”. Si dices que la Tierra es redonda, habrás ofendido a quienes creen que esta es plana. Pero usar un lenguaje grosero es una degradación del discurso político. Hablar de forma vulgar o con crudeza no es decir la verdad de forma clara; insultar no es constructivo, ni contribuye a un dialogo; injuriar es cultivar un discurso de odio, de buenos contra malos, que no facilita la convivencia.
Este texto no es, por cierto, una defensa de la corrección política.

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