LAS CUALIDADES DE UN LÍDER
Tengo a un amigo que no soporta ver al payaso naranja que gobierna los Estados Unidos; evita mencionar su nombre en sus escritos, y cuando se ve en la necesidad de mencionarlo, lo llama el “Fake President.” Nunca le he preguntado la razón del disgusto con ese personaje, pero estoy seguro de que saldrá con explicaciones muy válidas y pertinentes. La realidad es que hay gente que no soportamos mirar, y no son necesariamente las peores figuras. Por ejemplo, yo no soporto ver a todo el clan de las Kardashian, incluyendo a sus familiares cercanos: Esposos, novios, el padrastro transgénero. Simplemente me parece insoportable el culto narcisista que nos venden. Pero por lo que veo soy una opinión minoritaria dentro de la corriente que predomina en el mundo.
Volviendo a los políticos, hay figuras públicas que no puedo soportar ver. No son necesariamente, los peores. Kim Jong-Un, el sórdido sátrapa de Corea del Norte por ejemplo, con su cara regordeta, me parece hasta divertido. Me fascina la iconografía alrededor de Franco, Stalin (siendo muy inferior esta, en mi opinión con la del caudillo), el camarada Mao, Gadafi e Idi Amin, por citar algunos casos. Entrando a Colombia, no soporto ver a Cesar Gaviria o Andrés Pastrana en televisión; de inmediato cambio el canal. A Petro o Uribe les tengo fastidio de imagen, pero al menos escucho lo que tienen que decir. Al final, todos me son desagradables, pero al menos algunos tienen algo que decir. Con Ivan Duque me pasa como Kim Jong Un: me divierte, pese a que tengo serias dudas sobre su capacidad de gobernar.
Pero hay un grupo de políticos que gozan de la popularidad y el favor del pueblo, que atacarlos puede sonar ofensivo: Pienso en nombres como Justin Trudeau de Canadá, Jacinda Ardern de Nueva Zelanda, Sergio Fajardo o Claudia López en Colombia.
Como se habrán dado cuenta, mi antipatía no tiene relación real con lo realizado por estas personas, ni que yo tenga un trato directo con ellos. En persona pueden ser amables, cariñosos y compasivos. Pero en el caso de Trudeau, Ardern , Fajardo, López es una aversión consciente: No soporto ese tono de autosatisfacción moral, ese tono de superioridad con el que hablan, ese discurso grandilocuente para la galería por el que son aplaudidos. Ardern es tal vez la peor: Al parecer siente todo el dolor del mundo, como una especie de santa con los estigmas del señor, por muy remoto que este sea. De allí que cuando están en líos, como Trudeau, por vestirse como el moro Aladino con la cara pintada de negro, me corra un fresco, como dicen en mi tierra.
Si digo que no me importa que los lideres sean amables, cariñosos o compasivos, se pensara que tampoco me importara que sean lo contrario: brutales, despiadados e indiferentes al bienestar de los demás. Esto no es correcto, no estoy en contra de la compasión con cualidad humana. Pero que estos líderes sean compasivos, no los hace, per se, buenos líderes políticos.
Tengo la sensación de que la idea de compasión de los líderes políticos en nuestra democracia es la defensa de mayores contribuciones forzadas a un sector de la población, que terminan administrados por funcionarios con intereses propios. Los resultados son variables, y en más de lo que se espera (léase: ninguno) no se obtienen los resultados deseados. Al final, quienes imponen la contribución, obtienen una gran satisfacción personal por su comportamiento, y les permite sentirse buenos y nobles de corazón. Al final, estamos ante un caso de sentimentalismo en su máxima expresión.
Creo que es sintomático de estos tiempos la sobrevaloración de estas cualidades (amables, cariñosos, políticamente correctos, compasivos) en un líder. Son deseables, pero no son necesarias. Una epidemia de sentimentalismo que nubla el juicio. Algunas cualidades son apropiadas para una esfera de la vida, pero no necesariamente para otras. No me interesa que los políticos sean amables, e incluso me amen; me interesa que hagan las cosas bien.
Imagen tomada de Google
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