LITERATURA POLÍTICAMENTE CORRECTA
Un argumento que circula mucho en las redes es la falacia de la falsa equivalencia: Si yo, por ejemplo, expreso mi dolor por el incendio de Notre Dame, no faltara el que me critique porque no reaccione igual, por ejemplo, el incendio de un lugar sagrado de los arhuacos. O, por ejemplo, si hablo de la situación de Venezuela, la crisis humanitaria y política que vive ese país, no falta quien me responda que ignoro la crisis social que atraviesa el país, que Colombia tiene muchos más desplazados que Venezuela. Mas de una vez he señalado que puede que tengan razón en lo que dicen, pero que yo, en mis redes, publico de las cosas de las que tengo alguna idea, y de lo que no, me callo. La conclusión a la que llego, si siguiéramos las redes es que nos duele cada pedazo del mundo, si he de entender a mis amigos. Pareciera pues que pensadores como Steven Pinker y su argumentado razonamiento están terriblemente equivocados: el mundo es un peor lugar, y para la muestra, todas las cosas horribles que ocurren. Pinker tiene, según estos profetas del desastre, un serio problema de percepción. Creo que yo también.
Ayer, en uno de los centros comerciales de la ciudad, me impresiono la gente que parecía andar con mucho afán, comprando como locos cosas que no necesitan, tomando selfies y comiendo con rapidez. El tiempo libre que nos deja el trabajo esta totalmente dedicado al consumo y la autogratificación inmediata, que parece que hemos olvidado como vivir. Vivimos para mostrar nuestras mediocridades, charlatanería y debilidades, como si fueran virtudes. Parece ser que la apocalíptica frase atribuida a los romanos “comamos y bebamos que mañana moriremos” ha sido remplazada por “tomemos fotos felices y alardeemos, que mañana no existiremos”.
Quizá hay una mejor manera. Podemos reconocer que el mundo no es una utopía, pero a la vez combinar nuestra idea de trabajar, con la idea de vocación, en el sentido antiguo de noble. Podemos distinguir entre la felicidad, muchas veces pasajera, y la satisfacción, como una actividad de logros significativos para hacer el mundo un lugar mejor. Eso llevaría a un renacimiento de la cultura, reducida a mediocres programas de telerrealidad y vulgaridad televisiva, y a éxitos cinematográficos de taquilla tipo Avengers. En este renacimiento destacaría una visión seria de la literatura; este arte proporciona placeres que son muy valiosos, y nos enlaza con un pasado lleno de enorme riqueza.
Sin embargo, la literatura vive un periodo de degradación por las políticas de identidad: Se prohíben obras como Matar a un ruiseñor y Huckleberry Finn por ser "racistas" y así evitar que las minorías se sintieran ofendidas o humilladas. No deja de ser irónico que Atticus Finch, el protagonista de Matar a un ruiseñor sea considerado por el American Film Institute (AFI) el héroe americano por excelencia. Quizá sea pronto degradado de la estatua donde está por haberse expresado en alguna ocasión de manera condescendiente de los negros. Los censores están a la vuelta de la esquina.
Según su web Sofia Leung es una bibliotecaria del MIT que, según sus palabras , las bibliotecas universitarias son lugares donde se promueve y prolifera la blancura de sus colecciones, adquiridas de manera incorrecta, en detrimento y prejuicio de “vidas negras y amarillas”, y que esas vidas por tanto no son importantes y no merecen ser escuchadas.
Cuando leí las opiniones de la sra Leung no supe si reír o llorar. Lo que me pareció claro que la autora ha demostrado su profunda ignorancia, dejando que su pensamiento ideológico, el que sea, influya sobre su argumentación. Ignora razones históricas, sociales y culturales en su teoría: Estados Unidos fue un país fundado por hombres blancos mayormente británicos, y creer que porque el acervo cultural americano de dos o tres siglos pasados es mayoritariamente blanco, masculino y cristiano es un acto de racismo, no deja de ser una demostración de estupidez. Nadie pensaría, por ejemplo, que, en China, una biblioteca escrita por chinos es una evidencia de racismo. Al final, la Sra Leung demuestra lo prejuiciado de su argumento.
Las obras literarias son eso, obras literarias que deben ser juzgadas por criterios estéticos. Lo que es valioso e intemporal, aquello que habla de manera hermosa a las generaciones. La raza, el género, la orientación sexual no son criterios estéticos. Hay cosas en las que no se debe ceder. Como le leí a la escritora mexicana Alma Delia Murillo:
“No me importa repetirme con algo que ya he dicho porque en esta batalla no pienso ceder: educar sobre la base de ideologías y no sobre el uso de la inteligencia, genera fanatismos.
Hay ideas rígidas que incluso siendo bienintencionadas no hacen sino achatar nuestras posibilidades de entrenar el pensamiento complejo y acaban con la belleza de pensar, con la capacidad de dudar y nos encajonan en el callejón de las respuestas a priori. Es desesperanzador ver todo lo que podemos involucionar en nombre de una moral temporal. Todas las cruzadas contra el mal han resultado perversas, devastadoras, vergonzantes con el paso del tiempo. Cuando “el bien” se impone se convierte en mal instantáneamente. Pensemos, señoras y señores, pensemos.”
Alma Delia Murillo www.sinembargo.com.mx
Opinión, que sobra decir, hago mía. Esto es para mí, un pleito sagrado. Al final, quiero gente que piense, no imbéciles que repitan consignas, o que ni eso, que solo tomen selfies.
Imagen tomada de: https://vareladasblog.files.wordpress.com
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