DE LA MEDIOCRIDAD DE LA CRÍTICA
Detienen a una muchacha
acusada de darse la gran vida con el dinero que el papa se robaba en la DIAN, y
las discusiones se desvían del hecho central: Si no fuera negra no sería
delito, que el dinero no te quita lo “guisa”, que “mona se queda”. El hecho
central, por cierto, es que hay un posible delito. Por ahí Petro hizo burla de
ensuciarse los Ferragamo durante el bloqueo de la panamericana, tenemos un
bachiller (y lo criticamos por ello) de presidente del Congreso, le recordamos
a una congresista que sus antepasados se robaron las tierras en el Cauca que
eran de los indios, que lástima que el movimiento #furiamarica sea encabezado
por un niño bien, que aquello, que lo otro.
La obsesión colombiana con
la clase, que a menudo se observa, me parece poco sincera en la medida que
quienes denuncian las “injusticias” por lo general desean conservar sus
privilegios sociales u económicos, y al mismo tiempo adquirir reputación de
generosidad de espíritu. La igualdad en todo empeño público. Miren las críticas
a las EPS: llueven las denuncias por mal servicio, pero a la vez aplaudimos al
exministro Gaviria, cuya principal preocupación fue la sostenibilidad
financiera del sistema, incluso poniendo frenos a los servicios de las
EPS. Lo mismo en las escuelas: No
discutimos si son para educar a los niños, sino que esperamos, además, que esta
sea por igual para todos, olvidando que “hay
sueños que el dinero puede comprar”.
En una cosa, sin embargo,
los igualitarios han tenido éxito: en las costumbres sociales. Hoy se
identifica una cultura que equipara simpatía e identificación con la gente, el
comportamiento de la manera mas burda posible. Bien lo dijo Colacho Gómez Dávila
“Ya no hay clase alta ni pueblo, solo plebe pobre, y plebe rica”. Al parecer,
ser grosero, está de moda.
Las redes tienen su parte
de responsabilidad: En twitter, facebook y otras redes se desarrolló la
capacidad de casi todos para expresar su opinión (que ya la tenían, en
realidad, pero no tanta influencia) sobre lo humano y lo divino, lo que,
acompañado por la constante descalificación de los medios periodísticos
tradicionales, ha creado una multitud que opina, sobre todo, y reclama
legitimidad por ello: Influencers los llaman.
Esta democratización de la opinión,
en principio no es mala, pero genera algunas situaciones indeseables: ¿Dónde
quedan los críticos profesionales? ¿Es la opinión del hombre de letras,
el especialista, el erudito, el músico, el historiador del arte, etc., en
resumen, la crítica practicada, más valiosa que la del lector común, el oyente
ocasional, el espectador ocasional? A esta última pregunta, solo puedo dar
una respuesta muy débil: depende.
Depende, porque en la
mayoría de las ocasiones se confunde lo respetable con lo generalizado. Un
critico sincero, aficionado o no, busca lo que desde su óptica es valioso y
respetable en una obra de arte. Lo que ultimas trasciende, y es valioso, en su
opinión para la humanidad o al menos una parte de ello. Obviamente, eso no
significa que el juicio no pueda ser errado, o mas bien que el tiempo, el único
crítico sincero, tenga una opinión diferente. Porque también hay que decirlo, la
mayoría de las veces los críticos ocasionales confunden inteligencia con
ideología. Buscan el aplauso, mas que decir algo en profundidad. Por eso se les
nota el barniz ideológico en lo que expresan. Si es bueno, noble, de elevados
ideales (los que esos sean) y que caigan directo a la psiquis del lector, sus puntos de vista, y sus prejuicios, serán aplaudidos.
Al final, el verdadero
crítico siempre será crítico. Su papel es exaltar las virtudes y señalar los
errores; al final un crítico sincero da una opinión informada (algo, que aunque suene contradictorio, es muy escaso hoy) sobre algo,
valiosa o no. En eso, el crítico, profesional o no, debe olvidarse de las
opiniones preconcebidas sobre algo, para analizar el producto como tal. No ideólogos
al servicio de una causa, que es lo que abunda hoy. Los llaman indignados,
ciudadanos responsables, y yerbas similares. No deberíamos escucharlos: Al
final empobrecen el debate.
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