DE ESTADOS Y PERDONES
Son
tiempos de pedir u ofrecer perdón. Ayer (escribo estas líneas el 14 de abril) se
cumplieron 100 años de la masacre de Amristar: Soldados del ejercito indio a
las ordenes del brigadier general Reginald Dyer dispararon sus ametralladoras contra una multitud
indefensa en el Templo dorado de los Sikhs, en Amrsitar, India. Horrendo crimen que golpeo duramente
la fe india en el Reino Unido, y fue un revulsivo mental para la independencia
del subcontinente. A 100 años de este hecho, voces se alzan para que el
Reino Unido pida perdón por tan horrendo crimen.
La
primera ministra neozelandesa Jacinda
Ardern es inmensamente popular por sus mensajes de reconciliación y unidad ante
los horribles hechos ocurridos en las mezquitas de Christchurch; también al
parecer es muy proclive a pedir disculpas por lo que sucede en el país, como
lo muestra sus excusas por el horrendo crimen de la ciudadana británica Grace
Millane en diciembre pasado.
Ni hablar
de la carta del presidente mexicano López Obrador pidiendo al Rey de España que ofreciera disculpas por los abusos cometidos hace medio milenio por los conquistadores, que
fue tendencia en el último mes, y que fueron rechazados por el actual gobierno español, pero que generaron una discusión en las redes sobre su pertinencia.
Podría seguir:
Hay que disculparse por la esclavitud y el trato a los negros durante siglos
(olvidando, por ejemplo, que también hubo esclavos de otras razas), por el
trato de las fuerzas japonesas durante la Guerra en China, por los abusos de la
Iglesia, el trato a los homosexuales durante siglos, e incluso, el rol anterior
de la mujer en la sociedad. Pedir, dar disculpas, parece estar de moda.
No estoy
en contra de pedir disculpas, como tal, pero estas deben ser dadas por
personas que tienen una conexión personal fuerte con los que se están
disculpando. Si no hay incomodidad o arrepentimiento personal no se considera
sincera, y es más un gesto para la galería, que un hecho de valor, como bien
saben quienes trabajan en tribunales: Quien confiesa y pide perdón por un
crimen, o es sincero y esta realmente arrepentido, o está buscando un beneficio.
En este
punto pues, la clave es saber si hay un arrepentimiento sincero, o sea esta
buscando un beneficio. Es probable que
en un hecho como la masacre de Amristar tenga cierto sentido pedir perdón por
tan horrendo hecho. Aún hay descendientes directos de las victimas y de los
victimarios para quienes de alguna manera el hecho es una herida viva en sus
corazones.
En el caso
de Grace y la primera ministra Ardern, es posible reconocer la sinceridad de los
sentimientos de ella, al pedir perdón por el crimen. El punto es, como saben
los siquiatras, que hechos como el asesinato de Grace Millane, surgen en
cualquier sociedad, incluso aquellas que tienen un alto nivel social y
cultural. No dejo de pensar que las
disculpas ofrecidas tenían algo hueco: al fin y al cabo ella no estaba involucrada
directamente en el crimen, y a poca gente le paso por la cabeza responsabilizar
a la sociedad neozelandesa de este crimen.
El caso de
AMLO, tampoco tiene tanto sentido. No habría un lugar como México si no hubiera
sido por la conquista española; era él, por tanto, más heredero del proceso de
la conquista, que el mismo Rey de España. Históricamente, los Aztecas no eran
precisamente un modelo democrático, como lo demuestran el apoyo de algunas
tribus indígenas a Cortes. Al final, como lo recuerda el escritor Héctor Abad
los latinoamericanos somos herederos del puñal y la herida.
Otra cosa es
reconocer las realidades del pasado, y comprometerse a no repetirlas. Un
reconocimiento, y esto es bueno recordarlo, no implica un acto de contrición, o
un gesto de perdón, aunque parezca estar ligado. Al final, no podemos mirar el
pasado con los ojos del presente, así nos horrorice lo sucedido.
La
epidemia de pedir disculpas por parte de personas alejadas de lo que se supone
se deben pedir disculpas, es un acto de exhibicionismo propio de nuestros
tiempos: la persona que las da o solicita imagina que esta haciendo algo bueno y
generoso, cuando no requiere mayor cosa de él, salvo unas pocas palabras. Nos
permite sentirnos santos sin sacrificio.
Imágenes tomadas de internet gracias al dios Google.
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