UNA FRASE FANFARRONA, UNAS MENTIRAS, UN CRIMEN
La idea de que existe el destino,
y que nuestros actos del pasado, nos pasaran factura después, es algo que en
general aceptamos, pero no pensamos mucho. Pero en ocasiones, una conversación frívola
puede costar vidas. En este caso, cuatro. Eso lo supo William Floyd Wells Jr. (1927-1970) con mucho detalle.
Originario de Oswego, Kansas,
nacido en 1927, la historia de Floyd Wells es la historia de muchos jóvenes sin
futuro y educación en la depresión: abandonó la escuela secundaria sin completar su segundo
año, vagabundeó por años, y a los dieciocho, se alistó en el ejército de
los EE. UU., sirviendo desde 1946 hasta que fue dado de baja honorablemente dos
años más tarde con el rango de soldado raso primera clase.
En el verano de 1948, la América
de la posguerra estaba llena de oportunidades económicas y prácticamente sin
desempleo. Con pocas habilidades y sin capacitación formal, Wells en ese
momento trabajaba en el molino de alfalfa de la compañía W. J. Small en Holcomb, Kansas.
Con la llegada de la cosecha de alfalfa, Wells encontró un trabajo mejor pagado
como peón de rancho para uno de los agricultores más prominentes de la región.
Wells trabajó entre junio de 1948
hasta enero de 1949 y, a pesar de sus afirmaciones diez años después de que la
familia favorecía su trabajo y disfrutaba de su compañía (y él de la de ellos),
dejó el empleo después de solo siete meses en el trabajo. Los siguientes años saltó de trabajo en trabajo, y en 1956, sin perspectivas de trabajo aparentes
a la mano, ideó un plan para iniciar su propio negocio de alquiler de
cortadoras de césped, que por sí solo habría sido una ambición loable si no
fuera por un problema: no tenía dinero. Entonces, Wells irrumpió en una tienda
de electrodomésticos y, al encontrar el equipo que necesitaba para establecer
su empresa legítima, decidió robarlo. Pero fue atrapado en el acto.
Ese pequeño robo en junio de 1959
le valió a Wells una sentencia de prisión de cinco a diez años en la prisión de
Lansing, Kansas, donde fue asignado a una celda de dos literas, una de las cuales
estaba desocupada. La otra litera de la celda de Wells estaba ocupada por un
joven astuto y hablador llamado Dick Hickock. Hickock, que también cumplía una condena de
cinco a diez años por hurto mayor, había estado en prisión durante poco más de un
año, y le quedaban uno o dos meses antes de que le concedieran la libertad
condicional. A Hickock no le agradó en principio; prefería a su antiguo compañero, un endurecido ladrón y estafador con muchas entradas en la cárcel.
Pero en últimas, Hickock
descubrió que Wells era bastante conversador. Haciéndose pasar por un
delincuente por primera vez, Floyd estaba ansioso por preguntar sobre la
vida tras las rejas, y Hickock, después de haber cumplido varias temporadas por
varios delitos menores, le dio a su nuevo compañero el panorama general de la
vida en la casa grande.
Después de una semana de charlas
triviales, Floyd llegó a preguntarle a Dick cuáles eran sus planes cuando saliera en libertad condicional. Hickock le dijo que tenía un trabajo esperándolo, y esperaba dejar atrás sus roces con la ley. Floyd en cambio le señalo que su
intención era seguir vagando, y buscando trabajos como el tuvo con un tipo en
el suroeste de Kansas llamado Herb Clutter, un granjero muy rico, que se
gastaba 10.000 dólares semanales, que además pagaba muy bien.
Esa información llama la atención
de Hickock, que empieza a preguntar detalles íntimos sobre Herb Clutter, su
familia, la casa, el trabajo y los negocios de un granjero exitoso: Como
vivía, como era su casa, quienes estaban allá. Wells, acosado por las
preguntas, fanfarronea: “Tiene una caja fuerte en su oficina en la pared, hay
dinero constante 5000 a la semana, 10.000 en cosecha, todo en efectivo”. Incluso hizo un diagrama de la casa. Hickcock pregunta
y vuelve a preguntar y el relato no varía en el mes y medio que comparten.
Finalmente, Hickock sale en libertad condicional en 1959. Saldrá con la idea de dar un golpe grande “De
10 mil pavos” con su antiguo compañero de celda, un tal Perry Smith. Harán
el golpe en la noche del 14 y 15 de noviembre de 1959.
No hallarán el dinero, pero el temor de volver a la cárcel, los llevará
a asesinar a 4 personas. El botín será de 50 dólares y un radio de pilas.
Wells escuchó por primera vez
sobre los asesinatos mientras escuchaba la radio en su celda, dos días después
de que ocurriera el crimen. Supo inmediatamente quien era el asesino. Pero
calló por un tiempo. Pero tres semanas después, ardiendo en el deseo de
compartir lo que sabía, se lo mencionó a un compañero de prisión.
Esta presión que tenía, y una recompensa de 1000 dólares lo llevaron a hablar.
Su testimonio sería clave para resolver el crimen de los Clutter, que el
escritor Truman Capote describiría en A sangre fría.
Por su colaboración en resolver el
crimen, pidió clemencia al gobernador, pero este la negó con un elocuente "No
estoy seguro de que este hombre no haya plantado la idea en primer lugar". El gobernador puso el dedo en la llaga: Wells, fanfarrón, bocón,
y con el deseo de ser más de lo que era, habló de más, mintió, exageró sobre su
pasado y su relación con los Clutter de 10 años atrás. Pero Wells ganó la
liberación de todos modos. Necesitaban su testimonio en el juicio, y obtuvo su libertad
después de este, en mayo de 1960.
Y luego … desapareció. Bueno, entre
comillas. Recibió su recompensa, y no sé supo mucho mas de él. El resto de su vida fue similar a la vida antes de la prisión. Fue
arrestado en 1961, paso un tiempo breve en prisión y durante 9 años no dio de que hablar. Fue encarcelado nuevamente en 1970 por robo. Intento una fuga de la
prisión el 3 de abril, y a las pocas horas fue rodeado. Los documentos
oficiales informaron que Wells se negó a entregarse y los guardias de la
prisión le dispararon. Murió de camino al hospital. Al menos esa fue la
historia oficial contada a la prensa, de un hombre que con su testimonio
solucionó un crimen, pero posiblemente lo desencadenó. Todos por unas frases
dichas en una conversación con el ánimo de fanfarronear.
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