DEFENSA MÍNIMA DEL CONSERVATISMO
Palabras como derecha, o conservador, no son de buen recibo en las redes. Hoy Daniel Samper Ospina preguntaba en twitter por columnistas de derecha; la gran mayoría de respuestas eran insultos a los mencionados. Mas allá de las ofensas, para muchas personas,
la palabra conservador es un término descalificador, excepto quizás en términos
ambientales. Cuando una persona o una sociedad que son descritas así se tiende
a imaginar sociedades atrasadas, desiguales e injustas.
Si la palabra conservador tiene
connotaciones negativas para gran parte de la clase educada, las palabras radical y revolucionario tienen connotaciones positivas.
Teniendo en cuenta el daño y la miseria que ideas radicales y revolucionarias
han causado en el mundo, se podría haber esperado una comprensión más matizada
de la historia, pero por supuesto, las intenciones, como las tonterías brotan
eternamente en el ser humano. En realidad, estas intenciones son a menudo poco
sinceras: lo que el reformador radical a menudo espera no es tanto una vida
mejor para los demás como poder para sí mismo sobre los otros y por lo tanto un
elevado significado de su propia existencia.
Del mismo modo, la
palabra nostalgia,
la melancolía o lo agridulce de mirar hacia atrás en un pasado irrecuperable,
se maneja hoy como un arma retórica, como si el pasado no fuera más que una
cámara de los horrores en un museo de cera. Quien habla de manera nostálgica del pasado es
una persona de mente débil, un ignorante y probablemente de mala voluntad. Pese a que decimos que "Todo tiempo pasado fue mejor" esta frase tiene fecha de caducidad de 10 años. El pasado es otro
país, donde lo hacen todo peor que nosotros ahora; no tenemos nada que aprender
de él, al menos nada de valor positivo, y sólo tenemos lecciones para darle, castigándolo de forma severa por haberse desviado de nuestro estado actual de completa y final
iluminación.
El hecho de que hoy es
el pasado de mañana, y que si no enseñamos respeto por la historia (excepto por
aquellas figuras que fueron precursores intelectuales directos de nosotros
mismos), pronto también nosotros seremos consignados a ese amplio depósito que
es el basurero de la historia. Pero seguramente una persona que ha llegado a
cierta edad sin sentir nostalgia ha vivido una vida muy desafortunada, incluso
miserable.
Detectamos esta
actitud hacia el pasado en la terminología de los críticos de arte.
“vanguardista” y “de vanguardia” son para ellos términos de aprobación: no hay
mayor elogio de un artista pasado que el de haber sido "un adelantado a su
tiempo". Pero el arte no avanza, y mucho menos marcha, hacia un destino
final, como tampoco lo hace la existencia humana misma (excepto, quizás, la
disolución); lo que sigue en la historia del arte no es inevitablemente mejor
que lo que sucedió antes, aunque puede serlo. Lo que es de nuestro tiempo no es
necesariamente lo mejor y la lógica del mejoramiento técnico o del avance
científico no se aplica a todo.
Se necesitaría un
libro en sí mismo para analizar este pasaje en su totalidad, pero creo que es
obvio que el conservadurismo de cualquier tipo es descartado a priori como
deseable bajo cualquier circunstancia. La exigencia de que se descarte tiene
prioridad sobre cualquier evidencia de que la historia pueda sugerir realmente
que es deseable al menos un elemento de cautela conservadora en el pensamiento
político. Si la historia sugiere esto, tanto peor para la historia: lo mejor es
simplemente ignorarlo.
Las sociedades cambian
incluso si la mayoría de la gente no quiere que cambien e incluso si no hay
nadie a cargo de promover el cambio. A veces, el cambio es para mejor y, a
veces, para peor, a menudo ambos al mismo tiempo. Incluso la ganancia indudable
también puede traer pérdidas, como estamos entendiendo en temas como el cambio
climático, por poner un ejemplo: La mejora en la calidad de vida, ha traído un
deterioro de las condiciones ambientales de la sociedad.
Además, los que creen
en un cambio social de gran alcance son más pesimistas en un aspecto importante
que los conservadores. El pesimismo conservador se alía con la prudencia. El
hombre no es perfectible, el futuro no está bajo nuestro control racional,
debemos proceder con cautela. El pesimismo del reformador social de gran
alcance es diferente y mucho más peligroso. Cree que las cosas están tan mal, que solo pueden empeorar y que todos son miserables, a menos que él actúe. Por
supuesto, hay o ha habido situaciones en las que todo el mundo es miserable y
es más fácil concebir la mejora que el deterioro, pero en realidad no vivimos
en tal situación. Somos dados a pensar que "Nada es tan malo que no pueda ponerse peor", pero en realidad no creemos eso.
Los intelectuales
tienden a mirar la vida de los demás y concluyen que son terribles porque ellos
mismos encontrarían esas vidas terribles. Hace pocos días hablaba con un
tipo de persona que muchos intelectuales considerarían miserables: Los cajeros
de un supermercado. Es un trabajo duro, de largas horas, que no permite errores, deben soportar humillaciones de clientes arrogantes, son mal pagados, no son personas
educadas, sus perspectivas económicas deben ser estrechas, y por tanto es fácil
concluir que son personas de vidas miserables. Pero a mí no me lo parecían: Eran
amables, sonrientes y serviciales, en medio de un trabajo que tiene pocas alegrías.
La señora que me atendía llevaba un botón, que se lo dieron cuando cumplió 15
años de servicio con la empresa. “Eso fue hace dos años” me dijo con evidente
orgullo en su voz. Para un intelectual reformista, no sería algo más que un esclavo agradecido
con su dueño porque no lo trata mal.
Si hubiera sabido que
su deber en la vida era ser miserable, otro gallo cantaría; sin su miseria no
seria necesario un cambio social de gran alcance para que estos intelectuales
radicales obtengan lo que realmente desean en la vida. El poder. De allí el
permanente retintín en temas como desigualdad, pobreza, discriminación, que al
final, es solo apelación al resentimiento. Al final, hay que enseñar a los
miserables a ser miserables.
Imagen tomada de: https://ignaciopeyro.es/edmund-burke-populismos-otros-ismos/
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