LA SELFIE Y LA CULPA

 

La selfie es quizás el artefacto cultural que define a nuestro tiempo. Yo y la Mona Lisa, Yo y las pirámides, Yo y el Coliseo, Yo y las protestas, con el énfasis en el Yo, por supuesto; al menos COVID-19 había puesto fin a todo eso durante un tiempo. Por desgracia, parece que está volviendo. El narcisismo nunca muere.

No es raro leer noticias sobre que el autor de una selfie que murió como resultado de una caída por un precipicio porque estaba tratando de tener una mejor imagen de sí mismo. Sé que en teoría la muerte accidental es algo trágico y muy lamentable, pero estaría mintiendo si no reconociera que pensé “él se lo busco”

Tengo aversión a que me tomen fotografías, y mucho mas a las selfies. Esto no se debe a una loable modestia; más bien, es otra manifestación de vanidad, aunque negativa. Hasta que veo una fotografía de mí mismo, suelo pensar que soy más guapo de lo que imagino, y estoy alarmado por cómo me veo realmente. Mucho más gordo, más calvo, más viejo. No, las selfies no son para mí.

Pero la pose y la postura se han convertido en un fenómeno de masas, el tatuaje de nuestro tiempo por así decirlo. Hace algún tiempo era obligatorio que los jóvenes clase media buscaran solidarizarse con las clases oprimidas imitando sus tatuajes y forma de vestir. Buen, aun lo hacen: Muchos jóvenes adinerados imitan el vestir de las clases bajas, para mostrar su solidaridad: El cantante Maluma es un ejemplo. Como señaló en su FB el escritor Felipe Priast:  Maluma (…) lo que parece es un gángster marroquí recién salido de una prisión de Marsella, en donde fungió  de “moza” de un capo de la droga”. Es lógico: A su "vestimenta" de gángster, lo acompaña el tonito remaricon de su música, junto con una cara de niño bonito que contradice un supuesto origen humilde. Igual me pasa con Mark Zuckerberg, sus camisetas y pinta de vago de sábado por la noche,  que no  lo muestran como el empresario  exitoso que es.



Pero mal o bien (y en mi opinión, para mal) es una tendencia que tiene muchos años. Lo que pasa es que ahora, a la “solidaridad” le añaden su moralidad. Creen que se rebelan cuando, en realidad se conforman.

Viendo las protestas por la muerte de ciudadanos a manos de la policía, la indignación de la clase media, el invitar a sustituir los CAIS por bibliotecas, siendo una profunda incomodidad. Nadie se va a negar que los hechos donde murió el abogado Ordoñez son repugnantes, y es una muestra de muchas cosas que están mal en el país,  y son hechos que merecen nuestro rechazo.  Sin embargo, estas protestas me suenan falsas. Al final soy heredero de una frase que le leí a Pier Paolo Pasolini en las protestas de 1968 cuando entre los manifestantes y la policía, tomo partido por la policía. Pasolini veía en los manifestantes a todos los jóvenes de clase media, a los futuros miembros del establecimiento, mientras que para él -hijo de un policía, por cierto - los policías representaban la mejor oportunidad para unos jóvenes sin futuro.  Los revoltosos no cambiarían nada, se conformarían; ser policía al menos era una oportunidad de cambio para algunos, como ser militar o sacerdote.

No estoy diciendo que las protestas sean insinceras: de hecho, creo que son sinceras, pero también es cierto que los jóvenes que protestan son en líneas generales, miembros de la clase media, incómodos por ser afortunados. Esa incomodidad se manifiesta en protestas, pero también ha encontrado una nueva manera de manifestarse: A través de la indignación barata de las redes, la falsa solidaridad, las dicotomías falaces, por todos los males del mundo.

Mas allá de la responsabilidad individual, no estoy en capacidad de cargarme todos los males de la humanidad, y protestar por ello. Obviamente me duelen las injusticias, mas aquellas que me afectan de forma directa, y temas que para algunos son importantes, para mi me dejan indiferente. Igual, al contrario: Temas que me llegan al alma, para muchos les son indiferentes.

Si bien me siento responsable o culpable por mis malas acciones (conste que no los llamo errores, lo cual es una diferencia sutil) no me siento mal que mi vida haya sido mejor que el 98 % de la humanidad. De hecho, debería sentir alegría. Claro, me duelen los desafortunados, y quizá he hecho algo por mejorar el mundo en el que nací. Pero de allí a sentirme culpable por sus desventuras, hay un trecho. Sentirme culpable, sería un caso de falsa grandiosidad moral. La grandiosidad moral ha hecho más daño en el mundo que la indiferencia, en la medida en que no reconoce límites a su poder para producir un mundo mejor; de hecho, no permite ver con cabeza fría los grandes males que nos aquejan.  Hago una selfie y me veo mucho peor de lo que pienso. Pero no es por sentir culpa por los males del mundo. Simplemente, porque no me cuido.

Imagen tomada de:  https://noticias.perfil.com/

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