LA SELFIE Y LA CULPA
La selfie es quizás el artefacto
cultural que define a nuestro tiempo. Yo y la Mona Lisa, Yo y las pirámides, Yo
y el Coliseo, Yo y las protestas, con el énfasis en el Yo, por supuesto; al
No es raro leer noticias sobre
que el autor de una selfie que murió como resultado de una caída por un
precipicio porque estaba tratando de tener una mejor imagen de sí mismo. Sé que
en teoría la muerte accidental es algo trágico y muy lamentable, pero estaría
mintiendo si no reconociera que pensé “él se lo busco”
Tengo aversión a que me tomen
fotografías, y mucho mas a las selfies. Esto no se debe a una loable modestia;
más bien, es otra manifestación de vanidad, aunque negativa. Hasta que veo una
fotografía de mí mismo, suelo pensar que soy más guapo de lo que imagino, y estoy
alarmado por cómo me veo realmente. Mucho más gordo, más calvo, más viejo. No,
las selfies no son para mí.
Pero la pose y la postura se han
convertido en un fenómeno de masas, el tatuaje de nuestro tiempo por así decirlo.
Hace algún tiempo era obligatorio que los jóvenes clase media buscaran solidarizarse
con las clases oprimidas imitando sus tatuajes y forma de vestir. Buen, aun lo
hacen: Muchos jóvenes adinerados imitan el vestir de las clases bajas, para
mostrar su solidaridad: El cantante Maluma es un ejemplo. Como señaló en su FB
el escritor Felipe Priast: “Maluma (…) lo
que parece es un gángster marroquí recién salido de una prisión de Marsella, en
donde fungió de “moza” de un capo de la
droga”. Es lógico: A su "vestimenta" de gángster, lo acompaña el tonito
remaricon de su música, junto con una cara de niño bonito que contradice un
supuesto origen humilde. Igual me pasa con Mark Zuckerberg, sus camisetas y
pinta de vago de sábado por la noche, que no lo muestran como el empresario exitoso que es.
Pero mal o bien (y en mi opinión,
para mal) es una tendencia que tiene muchos años. Lo que pasa es que ahora, a
la “solidaridad” le añaden su moralidad. Creen que se rebelan cuando, en
realidad se conforman.
Viendo las protestas por la
muerte de ciudadanos a manos de la policía, la indignación de la clase media,
el invitar a sustituir los CAIS por bibliotecas, siendo una profunda
incomodidad. Nadie se va a negar que los hechos donde murió el abogado Ordoñez
son repugnantes, y es una muestra de muchas cosas que están mal en el país, y son
hechos que merecen nuestro rechazo. Sin
embargo, estas protestas me suenan falsas. Al final soy heredero de una frase que le leí
a Pier Paolo Pasolini en las protestas de 1968 cuando entre los manifestantes y
la policía, tomo partido por la policía. Pasolini veía en los manifestantes a
todos los jóvenes de clase media, a los futuros miembros del establecimiento,
mientras que para él -hijo de un policía, por cierto - los policías representaban
la mejor oportunidad para unos jóvenes sin futuro. Los revoltosos no cambiarían nada, se
conformarían; ser policía al menos era una oportunidad de cambio para algunos,
como ser militar o sacerdote.
No estoy diciendo que las
protestas sean insinceras: de hecho, creo que son sinceras, pero también es
cierto que los jóvenes que protestan son en líneas generales, miembros de la clase
media, incómodos por ser afortunados. Esa incomodidad se manifiesta en
protestas, pero también ha encontrado una nueva manera de manifestarse: A través
de la indignación barata de las redes, la falsa solidaridad, las dicotomías falaces,
por todos los males del mundo.
Mas allá de la responsabilidad individual, no estoy en capacidad de cargarme todos los males de la humanidad, y protestar por ello. Obviamente me duelen las injusticias, mas aquellas que me afectan de forma directa, y temas que para algunos son importantes, para mi me dejan indiferente. Igual, al contrario: Temas que me llegan al alma, para muchos les son indiferentes.
Si bien me siento responsable o
culpable por mis malas acciones (conste que no los llamo errores, lo cual es
una diferencia sutil) no me siento mal que mi vida haya sido mejor que el 98 %
de la humanidad. De hecho, debería sentir alegría. Claro, me duelen los desafortunados,
y quizá he hecho algo por mejorar el mundo en el que nací. Pero de allí a
sentirme culpable por sus desventuras, hay un trecho. Sentirme culpable, sería un
caso de falsa grandiosidad moral. La grandiosidad moral ha hecho más daño en el
mundo que la indiferencia, en la medida en que no reconoce límites a su poder
para producir un mundo mejor; de hecho, no permite ver con cabeza
fría los grandes males que nos aquejan. Hago
una selfie y me veo mucho peor de lo que pienso. Pero no es por sentir culpa
por los males del mundo. Simplemente, porque no me cuido.
Imagen tomada de: https://noticias.perfil.com/
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