CELULARES Y CONVERSACIONES
Se dice que escuchar las
conversaciones ajenas es de mala educación. Lamentablemente, Carreño, el
venezolano especialista en urbanidad no se enfrentó a los teléfonos celulares.
En ocasiones es inevitable escucharlas: Un compañero de oficina habla con su
esposa de algún asunto importante para ellos; otra compañera de oficina habla
con su hijo y le ayuda con las tareas del colegio (Una de las mayores aberraciones
de la sociedad moderna en mi opinión, pero eso es otra historia). Por insólito
que parezca, las personas que hablan en público desde sus teléfonos móviles se
comportan como si estuvieran rodeadas de una cámara invisible insonorizada. Dan
por hecho, que sus conversaciones NO son escuchadas. O no les importa. Las
facilidades que brindad estos aparatos parece llevar a un aumento del solipsismo.
El otro día, sentado en la
tienda de la esquina de mi casa (es decir, un Carulla), escuche una conversación
de una joven en la mesa de al lado, quien hablaba por celular con audífonos con
alguien y al parecer hablaban de un tercero que tenía un interés romántico en
ella: “Me gusta escucharlo, conversar con él, y me gusta pensarlo, pero no se si me gusta”. Mas
tarde añadió “No, no somos prenovios, no somos nada, en serio”. Se que los códigos
de los jóvenes de hoy han cambiado, pero algunas cosas no las entiendo, la
verdad.
Otro día, en una librería,
escuche una mujer joven que decía por su teléfono: “Me gusta la filosofía. Si
me gusta escucharla, me gusta pensarla, pero no me gusta leer filosofía”. No
supe que pensar de semejante argumento; alguna vez escuché a un escritor colombiano muy
celebrado decir que él no leía a sus colegas después que leyó que Jiddu Khrishnamutri
escribió todos sus libros sin haber leído uno.
Sea la razón que fuera, los jóvenes de hoy parecen esperar que su
genialidad se manifieste plenamente formada e incontaminada por la corrupción del
pasado, que para ellos, es el arte realizado por generaciones anteriores a la suya.
Salí de la librería cuando me
tope con una mujer joven, hablando por el micrófono desde su teléfono celular. “Tengo un hijo, soy madre soltera y demasiadas
responsabilidades para mi edad.” decía ella. Continuo luego diciendo: “Demasiadas personas, como mi hijo, que dependen de mi para demasiadas
cosas”. Me acorde de la colección de cuentos de Andrés Mauricio Muñoz, titulada
Hay días en que estamos idos, donde los protagonistas se preguntan como hacían sus
padres frente a los agobios de la paternidad, y que parecían tener las
respuestas para todo. Bien podía ser un personaje de esos maravillosos relatos.
Con todo, su rostro mostraba
una dureza, una crueldad, una ambición. Creo que no me hubiera gustado atravesarme
en su camino. Al parecer, todos los medios modernos de comunicación alientan a
las personas a hablar sobre si mismos en exceso. Lo peor, es que creo que
inducen a la autocomplacencia y la autopromoción vacua. En suma, a la banalidad. O al menos, eso es lo
que escucho.
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