DE GRADOS, GOLF Y EDUCACION
La noticia llevaba varios días circulando, pero se
manejaba de forma discreta. El prestigioso Colegio Marymount de Barranquilla había
modificado las condiciones de la Ceremonia de graduación del 2018, cancelando
el uso de la Toga y el birrete en la ceremonia, limitándose a una entrega de
diplomas. Los orígenes de esa decisión surgían de una investigación interna que
involucraba a varios de los graduandos de ese año.
En el mes de Febrero la empresa de asesorías
académicas Milton Ochoa le confirmo al Colegio un acontecimiento “entre unas (sic) de las estudiantes
pertenecientes a la institución educativa con uno de los docentes que prestaba
servicios a nuestra compañía, situación que se refiere a la venta sin
autorización por parte del docente a unas de sus estudiantes, de las pruebas
Pre Icfes que se encontraban adelantando estudiantes de su institución, la
venta de dichas pruebas genero que los resultados de los estudiantes que las
adquirieron se acrecentaran logrando con esto beneficios académicos”. En
pocas palabras, el docente vendió las respuestas del PreIcfes, y los
estudiantes falsearon los resultados.
El Colegio investigo el hecho, encontrando que,
pese a los pedidos a los 61 estudiantes, ninguno denuncio quien fue el
responsable de la compra de la prueba. El colegio, ante la situación, opto por
cancelar el uso de la toga y el birrete de la ceremonia de graduación limitando
el evento a la entrega de diplomas, dejando este espacio para que sirviera de
reflexión ante lo sucedido. Esto no fue de buen recibo para algunos padres de
familia quienes acudieron a la tutela por considerar que no usar la toga y el birrete
vulneraba los derechos de los alumnos. El juez de manera preventiva concedió la
tutela, ordenando que la ceremonia se hiciera como estaba prevista. Ante esta situación el consejo directivo del colegio
que señalo los hechos objeto de la tutela no trasgrede ningún derecho
constitucional, y que la ley general de educación no obliga a los colegios a
celebrar ceremonias de graduación, por lo que procedieron a cancelar la
ceremonia, y entregar los diplomas de manera individual el 8 de junio. Lo que
llamábamos antes “por ventanilla”.
Alla ustedes si quieren ir con toga y birrete, pensé yo.
Leyendo la noticia, no dejaba de pensar que mas allá
de los aspectos folclóricos de la discusión (los nombres de los implicados, el
uso de la toga y el birrete, la venida de familiares a la ceremonia de
graduación, la fiesta de grado, e incluso la tutela), el hecho puede tomarse
como una muestra de como funcionan las cosas en este país, en términos sentimentales,
éticos y morales. Un profesor vende unos exámenes, unas estudiantes compran las
respuestas, tal vez las reparten entre sus compañeros, y obtienen un beneficio.
Descubiertos, optan por callar, esperando que las cosas se calmen. Para el
Colegio, es un dilema: Conoce un acto delictuoso, no puede probarlo, presiona a
sus alumnos, pero no obtiene resultados. Opta pues por sancionar así sea de
forma mínima a los alumnos, cancelando el uso de la toga y el birrete en la
ceremonia de grado, lo cual no tiene efecto práctico, pero si un valor
simbólico: Para un colegio que usa estándares americanos, la toga y el birrete,
son símbolos de cambio. Al final, la decisión tomada era una reconvención para
reflexionar sobre lo sucedido. Pero para algunos padres, es ante todo una
humillación, por lo que escudados en razones del tipo “mi hijo no tiene nada que ver”, “no han probado nada”, “pagan
justos por pecadores” acuden a la tutela, defendiendo supuestos derechos de
los alumnos, y sobre todo callar el qué dirán. Leyendo la noticia, pareciera que para los
padres no es importante que sus hijos compren información privilegiada,
conozcan de actos delictuosos y callen, lo importante es el que dirán.
Viendo el caso, entendemos porque existen
personajes como Roberto Prieto, u Otto Bula, en los pasillos del poder en
Colombia. Gente con contactos, con dinero, que trafica información y la vende
al mejor postor. Saben, que con un poco de suerte y un buen abogado la justicia
actuara a su favor como ocurrió en este caso: el juez fallo la tutela a favor de forma provisional,
mientras decide el fondo de la cuestión; pasaran los tiempos, se hará la
ceremonia, y entonces ante hechos cumplidos poco importa se falla en contra o a
favor. Al final lograran lo que buscan: prescripción por vencimiento de
términos. Un buen abogado puede retorcer
la ley, pensaran.
Esta el dilema entre responsabilidad y culpa. Esta
el estudiante que compro los resultados, el culpable, están quienes se
beneficiaron y los que optaron por callar, los responsables. Nadie habla, por tanto,
nadie es culpable, y menos aún, responsables. Dado que nadie es culpable, nadie
es responsable, por tanto, no hay castigo. Después nos asombramos como tanto político
con conductas impresentables diga que no es responsable porque no ha sido
hallado culpable, y por tanto no hay lugar a castigo. Pensaba en ello en días pasados cuando el
proceso del antiguo defensor del pueblo Jorge Armando Otalora fue archivado en
la Corte Suprema. Hoy sale ufano en los medios pregonando su inocencia. Nadie
le ha recordado que una relación entre un superior (él) y su subalterna, es por
lo menos, impropia. No culpable, pero responsable. Los padres del Marymount andan
igual: Uno reclama que su hija ha sido una excelente alumna, y que no tienen por
qué castigar a todos por unos pocos. Nadie le recuerda al señor que su hija
estaba en el curso, y si no participo, o no sabía, no lo dijo de forma clara.
No culpable, pero ¿es no responsable? También hay un sentimentalismo extremo:
Los padres son incapaces de castigar el error de sus hijos, y están dispuestos
a pasarlos por alto, e incluso resolver de alguna forma el lio.
En días pasados le comentaba al escritor Andres
Mauricio Muñoz, que su cuento la mata, la matica, de su libro Hay días en que estamos
idos me recordaba un episodio que le sucedió a un amigo mío. En el cuento, al
hijo de la pareja le dan a cuidar una mata, junto con otro niño, epitome de la perfección
infantil y la crianza. Los padres
reciben la mata, pero esta, por descuido, muere. Empieza una agobiante carrera
de los padres por reemplazar la matica, lo cual logran, y el sábado siguiente
llegan felices con su mata. El niño es felicitado. Oh sorpresa, el niño exitoso
llega con la matica marchita y confiesa que no fue capaz de cuidarla. Los
padres de este reconocen su falla, pero señalan que lo importante es asumir la
responsabilidad y dar la cara frente al fracaso. Los padres del niño callan y
resultan incapaces de mirar a su hijo a los ojos. Le contaba a Andres que,
hablando con un amigo mío, cuyo hijo de 9 años juega golf, este me contaba que
en el clasificatorio donde participo su hijo, se habían descalificado varios niños,
por hacer trampas en las tarjetas con el conocimiento del caddie. Si le entendí
bien, los niños salen en pares, y cada uno le lleva la tarjeta al otro. Los
caddies son los encargados de recomendar el palo para el golpe, y al parecer,
si mejoraban la puntuación, recibían una propina de los padres. Al parecer los niños y el caddie se habían
puesto de acuerdo y las tarjetas habían sido falseadas. El escándalo se
descubrió de alguna forma, y los niños que participaron fueron descalificados y
suspendidos. Los padres estaban furiosos y le habían caído a la coordinadora
que tomó la decisión. Las excusas eran similares: Una chiquillada, un error, un
juego de niños, no es para tanto, algo se puede hacer. Mire que eso afecta al
niño, que vergüenza lo que me está haciendo. Los padres otra vez, como en el
Marymount, excusando de alguna forma a sus hijos. Un sentimentalismo extremo
que lleva a creer que nuestros hijos no son responsables de sus acciones por
desconocer lo bueno y lo malo. Pero eso, ¿es realmente así?
En todas estas historias hay una
serie de dilemas morales cuya solución pasa por la educación nuestros hijos: ¿Que
estamos dispuestos a hacer para evitar el sufrimiento a nuestros hijos? ¿Es
bueno evitar ese sufrimiento? ¿Si actuamos, incluso por encima de nuestros
valores éticos y morales, dominados por el buen corazón, como afectara la ética
de nuestro hijo? ¿Si mi hijo no es culpable, es no responsable? ¿Callar es
complicidad, o un valor en toda la regla? ¿Qué nos preocupa más, la enseñanza
ética de nuestros hijos que la vergüenza? ¿Protestamos porque es justo y
correcto, o por otra razón? ¿Todo vale, mientras no se sepa? No hay una respuesta única, y al final, una
vieja conclusión: Toda acción genera una reacción. La paternidad y la educación
de los hijos es un tema donde no se nace aprendido, pero que afecta nuestra
sociedad. Bien por el colegio, que nos recordó, que por encima de nuestras
fallas, que la ética no es negociable.
Comentarios