Entrevista a John Templanza Better: “En Colombia la belleza relampaguea en la retina que la observa”

 

 Transcribimos, gracias a la generosidad de Claudia Cavallin (www.ccavallin.com) su entrevista al escritor Colombiano John Templanza Better para la Revista Acontracorriente de NC State UNIVERSITY. 

Aquí pueden leer la publicación original: 

 https://acontracorriente.chass.ncsu.edu/index.php/acontracorriente/article/view/2478 


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Entrevista a John Templanza Better: “En Colombia la belleza relampaguea en la retina que la observa”

 

 

Claudia Cavallín

Oklahoma State University

 

 

 

Cuando pensamos en la belleza, en especial, aquella que traslada desde los cuerpos los mensajes más inquietos y profundos de la literatura caribeña, caemos en la tentación de viajar a través de las palabras del escritor colombiano John Templanza Better. En su obra, las relaciones activas o falidas se mueven como los barcos que superaron la maldad de los océanos más profundos para detenerse en aquellas playas de conquista y, desde allí, cada una de sus historias narra parte de su memoria, pues navegar en aguas turbias nunca ha sido una experiencia sencilla. Más allá, la ironía metafórica y profunda de las calles de una ciudad, traslada la metáfora de quien arriba al puerto de sus cuerpos, de sus ideas, de su experiencia, de sus palabras, hacia nuevas rutas y destinos inesperados. El arribo dulce y amargo a las fotografías, o un mapa bribón autobiográfico detallan la vida de quien se asume como un camaleón mimetizado.

 

Claudia Cavallín: Cuando veo las fotografías de múltiples momentos y etapas de tu vida, reconozco una alianza maravillosa entre tus gestos y todo lo que dices. Eres dueño de un cuerpo, de un rostro, y de una gestualidad que enfrenta cualquier tipo de censura previa. Partiendo del idealismo de un autor, ¿cómo te autodefinirías como escritor utilizando el mágico poder presente en cada una de tus fotos?


 

John Templanza Better: ¡Las fotos y los espejos! Oh, era tan adicto a eso. Un día, Walter Fernández Emiliani—autor barranquillero—al verme embelesado ante un espejo me dijo: “un día huirás de ellos, odiarás tu propia imagen”. Creo que ya está sucediendo, evito los espejos y las fotografías. Envejezco. Y está surgiendo un nuevo rostro. La gente me dice que me estoy pareciendo a mi madre y eso me halaga, hay algo de su inmensa tristeza y cansancio reflejado en mi cara. Mis fotografías en las redes abarcan un periodo de 2007 hasta la fecha. Todas mis fotos de infancia desaparecieron, y la única que conservo refleja a un niño extraviado. En cada imagen que reviso soy “el otro”, me veo de pelo rubio, gris, negro, rojo, travestido, gótico, gordo, flaco, disfrazado, triste, sexual, acompañado de muertos, fantasmas vivos, examantes, a veces tengo la mirada turbia o dilatada. Y creo que esa miscelánea de rostros que he poseído representa mi obra: una variedad de tonalidades, de estados de ánimo y estilos. Por eso hago poesía, prosa, relatos breves y extensos, guiones y canciones. Soy un autor con cientos de voces dentro, una casa desolada por dónde pasaron tantos inquilinos e historias que era necesario escribir, aun cuando la casa esté casi en ruinas. Soy un camaleón que empieza a palidecer y trata de mimetizarse en el azogue de todo lo que refleja.

 

CC: Desde lo visual me mudo a las palabras y retorno a tu conversación con Lemebel, hace tiempo atrás. le preguntaste sobre sus primeros años de vida y él te respondió: “La biografía minoritaria es tramposa”. Te pregunto ahora: ¿cuál sería esa parte autobiográfica fullera y bribona que quisieras compartir con tus lectores?

 

JTB: En Locas de felicidad (2009), mi primer libro de “crónicas y relatos”, y que Lemebel prologó, lo dije casi todo. Siempre se deben callar cosas cuando tu corazón es un medusario, cuando ciertas yerbas malignas han brotado dentro de ti. En ese libro, que abarca parte de mi juventud y sienta un precedente en la literatura queer colombiana, me saqué las vísceras literalmente. Narro años tremendos que viví en la calle vendiendo un cuerpo a cualquier precio. En dólares o devaluados pesos colombianos que me sirvieran para un desayuno o un día más de alquiler en las ratoneras donde vivía. No me callé mucho. Me expuse como una rana de laboratorio literalmente. Y expuse a otros como yo, el ejercicio de la prostitución es un tema delicado que está golpeando a Colombia fuertemente, más en estos días donde ciudades como Cartagena o Medellín se consideran como paraísos para el turismo sexual con menores de edad, lo cual es un


hecho reprochable. Claro, yo tenía veinte años cuando viví la calle, no sabía a qué me enfrentaba, mi cuerpo era la única arma, solo podía defenderme con puños, mordiscos y patadas, la calle siempre trae uno que otro demente que puede someterte con facilidad. Ahora, no sé si fue bravuconería mi propuesta estética, muchos lanzaron juicios cortantes como “eso es literatura para maricas”, o “eso no es literatura”, lo cierto es que el libro—ya se cumplen 15 años de su publicación—ha sido material de estudio, se han hecho infinidad de investigaciones, tesis y hasta cátedras como la de estéticas queer impartida por la docente brasilera Candida Ferreira en la Universidad de Los Andes. He revisado el texto para una posible reedición ampliada y veo allí al joven camaleón con sus más vistosos colores saboreando la jungla de concreta bogotana. Bajando y subiendo autos, compartiendo el pan con los huérfanos del amor.

 

CC: Ya que mencionas el uso y la simbología de los cuerpos, quisiera aproximarme ahora a una de tus novelas. En Limbo: Una historia de horror en el Caribe (2020), la intersexualidad aflora desde las primeras páginas, superando la fragilidad de ciertas líneas. Te doy un ejemplo. Cuando se habla de la historia, de la biografía imaginaria del barón de Münchausen, una expresión de Ninfa declara un “Vaya, cuánta belleza disuelta en la brevedad”. Desde la ficción hacia la realidad, como escritor, ¿Cuál sería tu idealización de la belleza más breve en el mundo de la narrativa colombiana?

 

JTB: Muy pocos alcanzaron tal estado que comentas. Tal vez poetas colombianos como Giovanni Quessep (quien habló de “la belleza imposible”), Aurelio Arturo, Porfirio Barba Jacob, X-504 o Raúl Gómez Jattín resumieron la belleza en magníficos versos. Partamos de que la belleza es la antesala a la monstruosidad en qué nos convertiremos, hablo de brevedad porque es algo efímero. Agua entre los dedos. La belleza es evidente, inmodesta. En la naturaleza, por ejemplo, la belleza se manifiesta con más altanería y presunción que en ningún otro caso: un ocaso en los Llanos Orientales colombianos, un amanecer en el desierto guajiro, las formas de ciertos frutos selváticos, o la exquisita piel de un felino entre el follaje, cortan el aliento sin ningún pudor, relampaguean en la retina que los observa.

La belleza es el súmmum de la contemplación. Su agazapado objetivo es hacernos callar, llorar desconsoladamente, enmudecer y sufrir por su brevedad. Algunos pretendieron captarla en lienzos que la historia acumula en suntuosos museos. Lo bello es perecedero. Repito: la belleza es la antesala a la monstruosidad en la que nos


convertiremos. Es la breve mariposa antes que la fulmine un rayo de sol a través de la lupa o la engulla o un petirrojo.

En cuanto a la prosa se me ocurre mencionar a Fernando Vallejo o Fernando Molano como perpetuadores de lo bello y breve. La literatura actual colombiana carece de imaginación y gracia, de vistosidad, cuando no se inclina por temas recurrentes como las drogas y la guerra, el corsé “intelectual” reproduce obras de autores impenetrables y francamente aburridos. Tres o cuatro nombres que gracias a conexiones del poder se exportan como la “reciente” literatura colombiana. En los últimos años vienen apareciendo escritores y escritoras que apenas se empiezan a nombrar y publicar, hombres y mujeres que representan el triunfo de la imaginación. Se me ocurre nombrar a Julián Isaza, María Margarita Robayo, Jarol Ferreira, Juan Sebastián Lozano, Kirvin Larios o Gabriela Arciniegas, entre otros.

 

CC: Hay una lista que se abre, excelentes todos. Ya que mencionas ese valioso ritual de la belleza, volviendo a tu novela hay allí otros diálogos que también proyectan fortaleza en las palabras y un doble uso de ellas para detallar el placer y el dolor. La historia de Virginia Nogal traslada al cuerpo el ambiente de una película mórbida, el centro de todo mal que existe. La de Juliana, hace de una niña un objeto de la Ciudad Bastarda. El Niño, “ese raro muchacho”, ese ser que crece y está en medio de los cuerpos dobles de Las Hermanas Duplicadas, asume la simbología de una estrella de cinco puntas. Entre el placer, el dolor y los cuerpos ¿Podemos considerar que tu novela nos proyecta un mundo que representa lo que verdaderamente somos?

 

JTB: Padecemos gracias al cuerpo. Es lo más vulnerable que poseemos, nos pasamos la vida llenándolo de cicatrices, tatuajes, modificaciones, autoflagelaciones, presa de enfermedades entregamos brazos, manos o piernas. Recibimos balas o fuego sin clemencia, y a pesar de lo frágil muchas veces el cuerpo resiste a los castigos y las vicisitudes. No hay que olvidar que el cuerpo es territorio del deseo, y en ocasiones el placer y el dolor permiten un redescubrimiento del mismo. Amarlo o aborrecerlo es una misión a la que estamos atados de por vida.

Los personajes de mi novela Limbo que mencionas conciben sus cuerpos desde perspectivas que van de lo sagrado a lo “inmoral”. Sabemos el desenlace de uno de los obreros que reparaban la casa de las Hermanas Duplicadas al pretender abusar de Sailé, “el chico raro”. El pago a tal osadía es ser decapitado, para su verdugo, es en esa parte


de la anatomía humana dónde habitan “los malos pensamientos”. Sailé vive su intersexualidad sin traumas, traigo a colación sus propias palabras:

Mis manos son delgadas, y mis uñas largas y amarillentas, y a diferencia de ustedes solo tengo cuatro dedos. Soy un niño en el cuerpo castigado de un árbol en el que los enamorados escriben sus nombres con navajas. No habito en un lugar equívoco, pero estoy atrapado en el deseo. Soy el cuerpo indefinido dentro del sueño de un durazno que anhela ser turpial.

A esto su interlocutora le sugiere que es “perfecto”, y sí, hay algo de verdad en ello. La belleza duele y mucho.


Foto de Diego Corrales 

 

CC: En los Estados Unidos, algunas escritoras como Cecilia Gentili reconstruyeron a partir de sus cuerpos una memoria que transgrede la ficción para que la lectura pueda abrir un puente de conexión profunda con las complejas historias recientes del género y la sexualidad. Desde Colombia, ¿Cuáles serían tus propios elementos de escritura que podrían ser utilizados como herramientas valiosas para la defensa ante la injusticia o la censura que no debería existir?

 

JTB: En Locas de felicidad (2009), tanto en las crónicas como los relatos evité en lo posible ficcionar las cosas. No pretendía enarbolar bandera alguna. Mi deseo era narrar sin censuras, llevar al lector de la risa al asco, al llanto, la empatía y/o el desprecio. Las cosas allí contadas las viví en carne propia-volvemos al cuerpo y sus padecimientos— fue mi propia ruta dolorosa, nunca antes en la escena de la literatura colombiana se había escrito de manera tan explícita sobre la vida, el sexo, la prostitución gay, travesti y transgénero. Y bueno, alguien tenía que poner el cuero sobre la parrilla. Ese libro denuncia de forma visceral y “poética” estos hechos, estos personajes, (incluyéndome) qué desafortunadamente solo veían con frecuencia en las crónicas judiciales de los diarios. El libro es un cementerio que al menos recuerdan su paso por este mundo con caras y nombres “propios”.

 

CC: Paso ahora a un tejido más amplio. Te mudas de la poesía a las novelas, de ellas a los cuentos, de estos a las crónicas. Ese valioso tambaleo entre los géneros además incluye el periodismo. Pensando en el valioso premio de la Fundación Gabo, con el que te conectarás próximamente, y en “la voz de los que no son escuchados”, ¿cómo crees que un escritor debe exclamar o gritar su realidad para que deje de existir la profunda censura de la multiplicidad de las páginas donde se puede reconstruir una memoria?


JTB: Como en el cuadro de Münch, esa es la misión, no dejar de gritar ante los horrores del mundo, ante el padecimiento de los otros sea cual sea su causa. Todos los géneros en los que me muevo son para que ese grito perdure y se expanda. “Esta cara confiada es mi denuncia”, decía Lemebel. En mi caso siempre llevo un galón de gasolina y otro de tinta, y claro, fósforos para siempre iniciar el fuego.

 

CC: Finalmente, como lo diría Sartre, todos somos la existencia de cómo nos perciben los demás. En la literatura queer, escritoras trans como Sosa Villada trasladaron esa existencia a un mecanismo de subsistencia literaria a través de analogías de la tentación y las causas de los deseos más profundos. Si menciono este valioso péndulo entre lo anhelado y lo cumplido, ¿Qué metas y deseos todavía no se han cumplido en tu experiencia como escritor y cuáles ya se encuentran totalmente satisfechos?

 

JTB: Camila Sosa es todo un fenómeno, creo que es la “cara linda” de un movimiento iniciado por anarquistas literarias trans como Susy Shock o Naty Menstrual, autoras argentinas y cronistas primordiales cómo Alejandro Modarelli, performers cómo Barato Barea y clásicos de la talla de Perlongher, Puig y Copi. Lo cual no demerita su entretenida propuesta que ha venido de otros referentes estéticos.

A diferencia de otros, yo soy un escritor de la periferia, del “sur”, de lo popular, no nací ni heredé tronos literarios. Guardo distancia de esos círculos de poder, de esas tranzas extra literarias. Nunca seré un triste funcionario de la literatura. Hay una corrupción inmensa en el medio. Se reparten premios literarios como alpiste, los más privilegiados desde sus cuarteles dan luz verde a quienes hay que promocionar y a quienes no, casi siempre autores de gran poder adquisitivo. Pero eso nada tiene que ver conmigo. Hago mi trabajo, desovo y dejo que el río lo disemine en la corriente.

Han traducido mis textos al italiano, alemán, mi novela Limbo fue traducida recientemente al portugués y ahora al inglés por el catedrático George Henson, quien junto a su alumna Michelle Mirabella ha traducido también muchos de mis cuentos. He aparecido en antologías editadas en Londres y EEUU, ya esto es un enorme obsequio. Lograr que otras personas me lean en diversas culturas hispanas o extranjeras es un breve sorbo de belleza y felicidad. Brindo por eso.

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