ESTADÍSTICAS Y ESTADÍSTICAS: VIGILANCIA ETERNA

Las personas recién alfabetizadas tienden a tener una actitud reverente hacia la página impresa, porque suponen que si la verdad puede imprimirse, lo que se imprime debe ser verdad. Las estadísticas tienen una cualidad mágica similar para muchos, quizás para la mayoría de nosotros hoy en día, como si por su propia naturaleza o existencia transmitieran una visión superior de la realidad.

Las estadísticas ejercen una influencia extrañamente fascinante sobre nosotros. El otro día, un amigo colombiano que vive en EE. UU., y que recomienda cada tanto emigrar de Colombia, publicó en su Facebook una foto de unas tablas estadísticas donde se regocijaba que Colombia estaba en el 5to puesto de muertes por Covid-19. Me pareció malévolamente trivial el post. Confieso que me ofendió el comentario, y le respondí: “Felicitaciones, tienes doble razón para regocijarte, el país donde vives va de primero, y donde naciste de quinto”; ahora el que se ofendió fue él. Confieso que fui maligno, pero algunas cosas superan mi nivel de tolerancia.

Pero cualquier estadística cambia en el tiempo, y como algunos ciclistas colombianos, Colombia ha pasado del puesto 5 al 12. Eso debería ser un consuelo: la gente seguiría muriendo, pero no tan rápido como esperaba mi amigo.

Pero el inconveniente de tales estadísticas, además de revelar el deleite nuestro por la desgracia ajena, es que se convierten en nuestra mente en tablas de la Ley, al nivel de las entregadas a Moisés en el Sinaí. A menudo, nuestra facultad critica se evapora cuando se cita una estadística: nos inclinamos ante ella, cuando al final sea poco mas que una vaga conjetura, o como señalan los estadígrafos de las encuestas: Son una fotografía del momento.

Una persona que lea las estadísticas de muertos por Covid si no tiene preparación, no se daría cuenta de los diversos elementos usados y que desconoce: por ejemplo, que los criterios para señalar que los muertos por Covid podrían no ser los mismos entre países o regiones; que la tasa de determinación de muertes puede variar según los servicios médicos del país; o que las estadísticas estén sujetas a revisión posterior.

De hecho, hay tanta información que una persona podría llegar a una conclusión diferente, incluso leyendo las mismas estadísticas. Cada persona con su conjunto de estadísticas acríticamente aceptadas terminaría creyendo que su conclusión esta escrita en piedra. Un camino para una discusión termina en pelotera.



El asunto se agrava ante la creciente incapacidad de las personas entre negar y refutar. A menudo se dice que un acusado ha refutado los cargos, cuando en realidad los ha negado. Esto es significativo, porque una refutación es al final una negación con argumentos. Estamos ante una cultura donde se acepta que cada uno tiene su verdad.

Yo mismo no soy inmune a los efectos psicológicos de las estadísticas cuya precisión y significado deben ser dudosos. Cuando leo o escucho las últimas cifras económicas (crecimiento, desempleo, etc.), mi ánimo sube o baja en consecuencia.

El crecimiento me agrada, aunque, en abstracto, no creo que los niveles de consumo cada vez mayores sean el propósito de la vida o el secreto de la felicidad, e incluso si ese crecimiento no me afecta personalmente ni es inmediatamente visible a mi alrededor.

Ahora, que las cifras de desempleo se manipulan con tanta frecuencia con fines políticos que terminan significando muy poco. Cuando el gobierno habla de baja el desempleo, siempre omite que la informalidad continua en niveles similares o aumenta. De todos modos, las estadísticas dudosas afectan mi estado de ánimo y las consideraciones racionales no me ayudan a eliminar el efecto.

Y, sin embargo, también reconozco la necesidad de las estadísticas. No podemos prescindir de ellos. El mundo es tan grande, tan diverso y complejo que uno no puede esperar captar su realidad solo por medio de la experiencia personal. El punto es que, en este mundo de información, para cada situación la gente parece tener su propia estadística, y los organismos encargados son cuestionados. Un amigo llama al DANE oficina de mentiras. Esto puede ser una exageración, es muy probable que las mentiras sean mas por omisión que por invención.

En resumen, el precio de creer en las estadísticas verdaderas y de no creer en las falsas es la vigilancia eterna, e incluso entonces el éxito no está asegurado. Además, la vigilancia eterna es a la vez difícil y agotadora, no exenta de error. Manes de los tiempos de hoy. Al final, mas de lo mismo: Hay que contrastar la información que no llega, para formar una opinión sobre algo. No todo esta escrito en piedra, solo que algunas cosas duran un poco mas.

Imagen tomada de https://developingthebusiness.com/estadisticas-de-ventas-2/

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