LOS CRISTALES DE LA SAL - CRISTINA BENDEK

 


Digamos que los Cristales de la Sal de Cristina Bendek es un libro retador. En el terreno de la lectura, a los aburridísimos dos primeros capítulos, le sigue una fascinante exploración en el pasado de la protagonista, Verónica Baruq,  que después de un hecho fortuito, se ve obligada a regresar a San Andrés, la isla donde nació; pronto descubre que el desapego emocional inicial  (y su enfermedad) la van involucrando en la vida diaria de la isla tan alejada de las postales que nos vende el turismo: Los acuíferos esta contaminados, las playas llenas de algas, la inseguridad ha aumentado, los servicios públicos y el internet dejan mucho que desear. Una Isla en crisis, y ella, además de insulina dependiente, emocionalmente inestable:

“Cuando el gobierno no está bien, el dinero no circula. ¿y yo? Yo vivo de una cuenta bancaria que se mueve desde lejos, pero no tengo ningún otro lugar donde estar. Tampoco me habría sentido más feliz, estar, solamente estar, eso me satisface. Pienso eso y enseguida percibo un olor a física mierda”

Las cosas pues parecen estar casi igual a cuando salió de la isla hace años. Pero ahora es más consciente. Abandona lentamente ese desapego y comienza a buscar las razones para permanecer en la isla que siente como suya, y a la vez no; en esa búsqueda indaga en su pasado familiar, a la vez que nos cuenta la realidad de la isla, y la historia de la accidentada relación entre las Islas y Colombia.


Foto tomada del X/twitter de Esteban Duperly (@e_duperly)


A eso se le une algo completamente retador intelectualmente: Verónica Baruq es una mujer que pertenece a una doble minoría: Para empezar es una raizal que no domina el creole, y lo más importante, es una mujer blanca relativamente privilegiada (pero como lo muestra el encuentro con Josephine, reconocida como raizal) lo que es un fuerte choque en las narrativas anticolonialistas tan presentes en las Universidades de hoy: Verónica nos recuerda que en el Caribe de alguna forma todos son colonizadores y colonizados más allá de las etiquetas: todos tienen herencias mixtas. En ese sentido Verónica es heredera de los personajes de Jean Rhys, Naipaul e incluso de Derek Walcott, y en un terreno menos visible, Bob Marley. El Caribe es un lugar las narrativas decoloniales tan en boga, pueden ser retadas. Un albañal si se quiere, del mundo, donde un barranquillero “calvo y panzón” puede llegar a ser gobernador, y demostrar su incapacidad manifiesta para solucionar los graves asuntos de la Isla. Hace falta pues, pensar el Caribe de otra forma, parece decirnos la autora.

Echo en falta que  en la indagación de Verónica no detalle un poco su herencia continental familiar, y las razones de la llegada, o  su contrario, la huida de los nativos;  quizás por eso, los capítulos finales parecen perder fuerza e interés, y terminan dando la sensación que la obra con algo en el tintero.

Con todo, es valioso lo que nos enseña de la historia de San Andrés y su realidad; está bien escrita, tiene momentos entrañables y personajes bien dibujados.


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