LECTURAS VAGAS: LA CABEZA DE MI PADRE -ALMA DELIA MURILLO
Conocía el trabajo de la escritora mejicana
Alma Delia Murillo De la Cruz (ADMC) (1979-) gracias a las reseñas entusiastas
de varios amigos, en particular los comentarios del periodista Ricardo Bada, que,
en su diario en la revista Frontera D la llamaba “La taruguita querida” y no
ahorraba elogios en su trabajo. Después, seguí su blog Posmodernos y Jodidos donde me sorprendió esa mezcla de humor con
amargura que destilaba su prosa en ocasiones leve (pero no banal) que
representaba muy bien el título: Podemos hoy tener muchas cosas, y estar al tanto
de lo que sucede en el mundo, inmersos en la modernidad, pero más jodidos para
donde. Es que al final, hay que pagar cuentas, vivir estresados, descubrir la vida no alcanza, que el tiempo pasa demasiado rápido, y que a veces mostramos una felicidad de cartón mientras el mundo alrededor parece derrumbarse. Añado que si eres mujer,
puedes ser igual de posmoderna, pero estas muy jodida por serlo. En esos textos, había dado algunas pistas de su
vida: hija menor de un matrimonio roto, morena en un país donde el color de
piel demuestra tu origen socioracial y es una forma establecida de
discriminación, las dificultades que vivió constantemente desde que abandonó la
vida de oficina, sus esfuerzos de escritura, sus tropiezos, y sobre todo, su
lucha y deseo de ser mujer, joven e independiente, en un entorno social
profundamente violento, machista y misógino. Todo lo descrito, contado con
desenfado, como conversación de sobremesa, en un tono menor que atrapa.
En esos trabajos de escritura, publicó Cuentos
de maldad y uno que otro maldito (2020), El niño que fuimos (2018), Las noches habitadas (2015) y Damas de caza (2010), y finalmente, la novela La cabeza de mi
padre (Alfaguara -2022).
El estilo de ADMC, es la auto ficción; género
muy usado que encierra ventajas y desventajas: puede ser muy vívido, pero a la
vez profundamente empalagoso. Este libro lo es: En todas sus páginas, es muy vívido, e hipnótico,
no se puede dejar de lado su lectura, y a la vez esa autocomplacencia que sale
a ratos puede llegar a fastidiar: Si, sabemos que el mundo te quiere joder,
pero no es necesario recordarlo, creo yo. O al menos no tanto.
En la contraportada dicen que el texto es un road
trip, de una hija que busca a su padre, que abandono a sus hijos 30 años
antes. Aunque hay algo de eso, y puede decirse que es el hilo conductor, el
relato se centra en otra cosa: en la vida de dos mujeres: la madre y ADMC. La
madre tiene un rol importantísimo: una madre como muchas que acaba haciéndose
cargo de la prole, una madre que vierte todos sus sueños y su vida en la
crianza de sus hijos.
«Es compleja y cambiante la relación con la madre. Inconmensurable
y al mismo tiempo absolutamente ordinaria. Algo esencial cambió cuando fui
capaz de comprender que esa mujer no era sólo mi madre, sino que primero era
mujer. Una suave y áspera, enamoradiza y deseante, furiosa y arrepentida,
bellísima, sexual, cansada, recelosa. Esa mujer era todo eso. Y yo fui una niña
posesiva que quería que su madre fuera sólo madre. Niña tirana.
Una madre que renuncia a ser mujer, a ser esposa,
e incluso amante para sacar adelante a sus vástagos. Una madre que cuando se
permite amar, descubre que tiene hijos tiranos. Una madre que hace de sus
renuncias su sacrificio- y vaya si paga un alto precio – que no es reconocido
bien por sus hijos, sino al final. Como bien señala ADMC, una mujer, descendiente
de otras mujeres en su mismo papel. Un personaje que no habla, que nos invita a
la simpatía. Y la hija, que mientras nos narra su vida, los abusos, sus propios
sacrificios comprende que ella se ha sacrificado para que sus hijos puedan ser.
Nos ubica en lugares cómo las famosas
vecindades de la Ciudad de México tan famosas por las cintas de la época dorada
del cine mexicano, dónde conocimos a personajes como Pepe el toro, Chachita,
Celia la Chorreada, El Patotas, Chin Chin el Teporocho, Doña Herlinda y su
hijo, y recientemente su heredero televisivo: El Chavo del Ocho. Confieso que
la reflexión de ADMC sobre el personaje del Chavo me tocó: Es un niño sin
padre, sin casa, que vive en un barril, y que probablemente en muchas ocasiones
se acostó sin tortas. Era la pobreza en grado sumo, y nosotros solo reíamos. Ahora que lo pienso Quico y la Chilindrina también venían de familias
monoparentales, que sobrevivían de alguna manera al día a día. La autora nos
dice: Esa era mi mundo, pero no tan amable, ni tan solidario; de alguna forma
salí de él, nos dice. Un mundo donde además nos recuerda la violencia y el abuso al que es sometida constantemente la mujer: Desgarrador el relato de los abusos que soportaron los protagonistas, que continua hasta hoy.
Si, ni tan amable, ni tan gentil, nos recuerda
la autora: a la dificultad de ser pobre y morena, se añade el clasismo de la
sociedad mexicana: No tienes un título universitario, vienes de escuela pública,
no te creas igual a nosotros, le dicen en la vida corporativa, cada tanto. Eres
mujer, calladita te ves mejor. Aguanta
las burlas, los comentarios machistas, has bien tu trabajo, pero no te atrevas
a soñar con el trabajo de tu jefe. Puedes triunfar si haces "favores" de toda índole. A cambio de tu hipocresía, independencia y
silencio, un salario, prestaciones, y años de pagar deudas y tener un carro,
viajes y reconocimientos, mientras nos seas útil:
“Esa gerencia me bautizó en la doctrina de
la clase media con empleo y prestaciones de ley, en la quincena como único credo
y la devoción al éxito como confirmación de una religión compartida que exalta
el espíritu cuando compras un auto a crédito…”
“Ahí aprendí que la grisura gana bonos de
productividad y que la hipocresía gana reconocimientos de empleado ejemplar”
“También que los hombres no perdonan a las
mujeres que demuestran tener un mejor perfil profesional que ellos”
Al final se dio cuenta que no era lo suyo, y se
lanzó a la escritura, después de creer por un tiempo que quería ser actriz.
Pero lo mismo, no tienes estudios, no tienes contactos, ni un apellido ilustre,
ya que al final eres “una oficinista con pretensiones de escritora”. (…).
“Ah, el mundo, y su infinito arsenal de mierda machista”
Nos
lo recuerda en ese momento. Pero como dice, persistió: leyó, estudio con Óscar de la Borbolla, escribió
varios libros, y un día se enfrentó a sus propias carencias: Era una Cordelia
que no sabía nada de Lear, un Hamlet que no recordaba nada de su padre.
En mi imaginario como en el mundo entero, un padre era un
estandarte de seguridad en la puerta, un edicto del rey, un ojo vigilante, un
rayo solar, un brazo protector, un sello de legitimidad, un símbolo heroico y
todo poderoso.
Lo absurdo de esa construcción imaginaria no es solo que exige de los hombres esa conducta imposible, sino que también deja fuera a todos los padres que no son eso, que son millones; y a todas las hijas e hijos que no tenemos padres así, que somos miles de millones"
Un padre que se había ido, 30 años antes. Un padre alcohólico y cobarde que desapareció de la vida de sus hijos, dejando además del abandono, una herida psíquica que la sociedad cada tanto te la recuerda: ¿cómo se llama su padre? ¿Vive aún? ¿Dónde vive? ¿Tan mal hombre era, para irse como un cobarde, como dice tu madre en sus momentos de rabia? (Quizás lo es, pero algo bueno debía tener, si te enamoraste de él y tuviste 9 hijos, mamá). Al final, la vieja frase de autoayuda, si no sabes de donde vienes, no sabrás adonde ir. Puedes ser autosuficiente, no necesitar a nadie, pero reconócelo: Algo falta, hay algo ahí, faltan respuestas.
Quizás en ese sentido la literatura le hizo descubrir esa carencia: Todos los mexicanos y latinoamericanos somos hijos de Pedro Páramo, pero también de Juan Gabriel y en menor medida de José José. Al final, hay que hacer un ajuste de cuentas, como nos recuerda Renato Cisneros, en el sentido que algo tenemos de ellos, estén o no estén, pero la realidad es que no sabemos nada de ellos: pienso en mi padre, que estuvo presente en mi vida, y debo reconocer que muy poco lo conocí; pero ahora que no está, sé que tengo más de él que lo que quiero reconocer.
Un día despertó, después de soñar que su padre
iba a morir, y entendió que necesitaba respuestas. Salió pues, en su búsqueda:
A los famosos pueblitos innombrables de Michoacán cuya descripción recuerda las
fotografías de Gabriel Figueroa, y las cintas del indio Fernández, un Michoacán
ahogados por los narcos y una violencia que se percibe en el aire. Ahí esta el padre, y ahí
no están todas las respuestas, pero se intuyen:
“Hacerse adulto implica cometer una larga lista
de asesinatos psicológicos”
“No queremos que nuestros padres desaparezcan,
no queremos que nuestro origen se borre.”
“Que me acuerde ti”
No es un libro homenaje, ni tampoco un ajuste de cuentas, es la historia de un viaje, su Ítaca, para encontrar lo profundo de si misma. Desgarrador, sincero, descarnado, potente y en ocasiones hilarante es de lo mejor que he leído en mucho tiempo.
Coda: Mi gratitud a George Henson por hacerlo
posible.
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