LOS TIEMPOS DEL TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN (TDAH)
La foto la tomé en un restaurante,
y la compartí con una gran amiga. Un grupo de personas en sus celulares,
concentrados en una conversación con alguien remoto, ajenos a la realidad que
les rodea. Ella me dijo “eras otro en
las mismas”. Tenia razón, estaba conversando con ella sobre la obra de
Svetlana Alexievich, y la emoción que me había producido leer una bella
entrevista suya. Ya más calmado, recordé
los antiguos SAI donde la gente se colocaba los auriculares, se conectaba por
Messenger con el ausente, el ser amado o el amigo que estaba presto a escuchar
nuestras cuitas. Había algo de privacidad, cierta discreción que se han perdido
con los celulares, “el bazuco electrónico”
como le oí decir a un taxista de cierta edad. Hasta razón tiene el señor.
El celular ha maximizado las
manifestaciones públicas de la emoción y la maximización del yo; un zeitgeist
de dos cabezas: A la excesiva importancia en sí mismo, la enmascarábamos con
alegría o sufrimiento vicario; con exhibiciones histriónicas de autocompasión
para producir empatía; logros o desgracias que ocultan la banalidad o la poca
profundidad de nosotros, y que en últimas son hechos habituales de una vida
diaria común. Aparentar antes que ser.
Ocupados en las desgracias lejanas, y no en las cercanas. Como pacientes
enfermos de TDAH (Trastorno por déficit de atención e hiperactividad)
Para nosotros, aún muy jóvenes, “en la flor de la edad” como nos
describía el escribidor de la tía Julia,
pero lo suficientemente mayores para
recordar momentos en que no todo era indicio de algún síndrome o desorden que
nos proporcionara un sentido de identidad; aquellos días felices en que
teníamos dolor de cabeza, no migraña por fotofobia, que se era infeliz, pero no
deprimido; los que teníamos 20 años cuando nos hablaron como gran novedad de
una red mundial llamada internet, tiempos donde una página podía demorar media
hora en cargar, no vimos el cambio que se venía. Ahora todos estamos enfermos, y ahí están You
tube y multitud de síndromes para demostrarlo.
Tienes la misma enfermedad de un niño sirio de 12 años: depresión. Los
perros de deprimen, tienen tendencias homosexuales que no pueden manejar, y
hasta se suicidan por ello. Corres un serio peligro de suicidarte si sufres de
matoneo o bullyng en el colegio como el joven que subió su suicidio a You Tube
o Facebook Live. Al final, no importa si
te sientes algo enfermo de gripe, corres el riesgo de contraer una pulmonía por
bañarte en un aguacero tropical como le paso a fulano en Uzbekistán. En fin, tal
pareciera que las personas promedio se les pueden diagnosticar alguna forma de
autismo. No importa lo que tengas, estas enfermo, y la condición es grave: De
eso se encargan las redes sociales, que cada tanto nos recuerdan lo peligroso
de las enfermedades que sufrimos. Pero la enfermedad mental, es la campeona de
todos: De alguna forma, todos estamos enfermos mentalmente. Queremos llamar la
atención. No es lo mismo comer raíces hervidas al vapor con crema ácida, que
comer yuca con suero.
Para invertir las palabras de un personaje en Un mundo feliz, mi
generación prefiere el descontento a través de la conformidad, encontrar la
felicidad a través de ser infeliz, es decir, a través del sufrimiento de la
depresión leve, el trastorno de ansiedad generalizada y el síndrome del
intestino irritable, con una alergia mortal por el cambio de tiempo. Tiempos
que cambian, imagino: es común oír a los mayores repetir lo blandengues que son
los jóvenes de hoy, tan irritables, tan llorones, tan excesivamente sensibles
en comparación a las generaciones anteriores.
Hoy muchos se creen los Kurt Cobain, los Sylvia Plath de su generación:
talentosos, apuestos, multitareas, de vidas privilegiadas, pero llenos del
resentimiento propio de clase media y mucha autocompasión histriónica. Silvia
al menos era una gran poeta, pero su vida y su autocomplacencia parecen ser lo
importante hoy. Por otra parte, Kurt era –y es- muy popular, y ser
realmente popular es lo único que importa en estos días de “likes” o “me gusta”. Así sea
distraídos con el celular, pero llamando la atención con nuestro “sufrimiento”.
Imagen tomada por el autor.
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