EL CORAJE DEL TERRORISTA


Cada vez que ocurre un atentado en Europa o Norteamérica, las autoridades repiten casi de forma rutinaria que es “Un acto cobarde”, “Los cobardes que cometieron esto serán castigados”. En todos, una palabra sobresale casi de manera inevitable: Cobarde o cobardía. Por ende, también su opuesto, coraje. Si hubiera una palabra que deberíamos eliminar del léxico político, sería "cobarde". Esto no se debe a que no haya actos o hechos a los que se pueda aplicar correctamente, sino porque nuestros políticos y funcionarios han perdido la capacidad de usarla apropiadamente. En mi opinión, no logran establecer una distinción moral adecuada entre la cobardía, y las otras cualidades.  No seamos tan duros con ellos: La sutileza moral no es el fuerte de los políticos; en ocasiones, tampoco la moralidad, como sucede a veces en nuestra Colombia.


No. Una y otra vez que estos actos, repelentes o malvados, no son cobardes. De hecho, son notablemente valientes. Los últimos ejemplos de esa actitud que recuerdo son los comentarios del alcalde Bill Di Blasio después de que un uzbeko que conducía un camión alquilado mató a ocho personas e hirió a una docena más en una transitada ruta ciclista en Nueva York.
Lo que exhiben los terroristas no es coraje o cobardía, sino algo más, algo por lo que no tenemos un nombre comúnmente empleado. Permítanme sugerir que lo llamemos simplemente "dureza de corazón". El coraje en el sentido clásico es una virtud, una perfección de las personas, que consiste en la capacidad habitual de soportar -y sobreponerse- el sufrimiento por el bien de los fines. Hasta que nuestro discurso moral se empobrezca tanto que nos resulte casi imposible distinguir entre el bien y el mal, podríamos reconocer la diferencia entre matar al inocente (como algo realmente malo) y defenderlo. Independientemente de lo que piensan que están haciendo, el terrorista está involucrado en un gran mal, que nunca es neutralizado con supuestas buenas intenciones. Puede ser más duro que muchos de nosotros, pero nunca es valiente y es una perversión de nuestro lenguaje, sin mencionar que es una calumnia para los primeros en responder al hecho cometido, esos si verdaderamente valientes, o los militares para dignificar su pecado con esa etiqueta.

No obstante, es un punto importante en la reflexión moral que lo que comúnmente se considera una virtud, a saber, el coraje, es una virtud de manera independiente, ajena al propósito del acto. El Sr. de Blasio, olvida esto. Muchos monstruos morales han sido valientes, pero su coraje de ninguna manera disminuye lo moralmente reprobable de sus actos. Si realmente se agrega es otra pregunta; ciertamente puede aumentar su efecto en la práctica.

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